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El adiós a Silvina Luna: la desolación de su hermano, las flores de los anónimos, un estruendoso silencio y la crónica más dolorosa

Sus amigos más íntimos y el público que la adoptó desde siempre despidieron a la modelo en una jornada desgarradora. Ofrendas, lágrimas y la tristeza más honda, desde la sala velatoria al Cementerio de la Chacarita

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7 Sep, 2023
Por Pablo Andisco
Laura sigue a Silvina Luna desde aquella irrupción en 2001 en Gran Hermano. Tenía su misma edad y cayó rendida con su simpatía, con su desfachatez, con esa capacidad genuina para reírse de sí misma. Pero lo que la terminó de conmover fue conocer su lucha, su historia de vida hecha libro, su afán de que su sufrimiento no fuera en vano, que pudiera resignificarse en algo que valga la pena, aunque haya muerto tan joven.
Mientras Laura habla frente al panteón de actores del Cementerio de Chacarita donde la modelo recibe su último adiós, un fuerte viento sacude los árboles y cala los huesos. “Es una señal”, dice Laura convencida, y arropa a su sobrina para transmitirle la energía. “Cuando mi papá murió, llovía, y desde ese momento supe que por algo pasan las cosas”, agrega. En su repliegue, el viento empuja el vidrio del jarrón que contenía las flores en la entrada al panteón, hasta hacerlo estallar. También tumba el atril que contiene la imagen de Silvina, pero no lo rompe. Enseguida, vuelve a estar de pie, estoica, mirándonos a todos, regalándonos su última sonrisa.
Silvina Luna tuvo su último adiós un amargo y frío día de septiembre que se empecinó en ser invierno. Parece mentira estar contando esta noticia, con la imagen fresca de su irrupción en Gran Hermano y su recorrido en los medios, con su simpatía que iba más allá de la pantalla y ese lugar ganado con honores en el corazón del público. Aún después de conocerse su enfermedad, derivada de una mala praxis tras una operación con Aníbal Lotocki, su internación de casi tres meses en el Hospital Italiano, las cadenas de oración hasta que su cuerpo se cansó de luchar y dio pie a una crónica dolorosa, de esas que cuesta tanto escribir.
La calle O’Higgins, en esta zona del barrio de Belgrano, ofrece una geografía particular. Las vías del Ferrocarril Mitre, que transitan apenas elevadas del nivel del piso, le otorgan una postal de calle sin salida, pero en cambio, tiene un pulso especialmente inquieto esta mañana. Aquí se realiza el velatorio íntimo de Silvina Luna, apenas un par de horas para que su círculo más cercano pueda empezar a despedirse, autopsia mediante, seis días después de su muerte.
Las primeras imágenes, por más que previsibles, son desgarradoras. Alguien en silencio alcanza un ramo de flores, sin remitente y sin explicaciones. Se asegura que llegue a destino a través del portón de la cochería y se retira. No ingresa nadie más que las personas autorizadas a la Sala Jardín, en la planta baja frente a la puerta de entrada, la única que brinda servicio hoy. Sobre el escritorio de la recepción, en una pantalla junto a la foto de Silvina, un código QR invita a dejar un pésame a la distancia, una forma de acercar los sentimientos en tiempos virtuales.
No más de una veintena de personas ingresan en las poco más de tres horas que duró el velatorio. Algunas caras conocidas, como Ximena Capristo, Gustavo Conti, Ángel de Brito, Pamela Sosa. Otros rostros son ajenos para el gran público. Y hoy todos son parte del mismo racimo de afecto, ese que respalda a Ezequiel, hermano y sostén de la modelo durante su internación. Él pidió que todo transcurra de esta manera, y así fue, con respeto y sin estridencias. Pero el movimiento llama la atención del barrio que por un rato adquiere otra fisonomía a su estética de falsa cortada. Los vecinos pasan, miran y preguntan, y cuando escuchan que se trata del último adiós a Silvina Luna, la curiosidad se transforma en una mueca de tristeza. “Pobrecita, tan joven”, dice una señora, que frena el carrito de hacer las compras para persignarse y recién ahí seguir su camino.
Minutos antes de las 12.30, el cortejo fúnebre parte rumbo al Cementerio de la Chacarita. Allí la espera el panteón de actores con sus puertas abiertas, ahora sí, para el último adiós. Todo está preparado en forma de semicírculo, como si el mausoleo fuera el escenario de su última función. Las zonas están bien delimitadas y un cordón separa a las cámaras de televisión, apostadas frente al panteón. A la izquierda, los cronistas y fotógrafos. Y del otro lado, los anónimos que se acercaron a despedir a Silvina, con esa tristeza que no tiene demasiada explicación. Solo se siente.
Entre la impaciencia y la ansiedad, todos aguardan la llegada del cortejo fúnebre. Y los minutos transcurren en el silencio más respetuoso posible. El tono bajo de los cronistas, el trinar de algún pájaro, el moqueo de las lágrimas, los motores de los autos que circulan los laberintos del cementerio. Hasta que se rompe cuando una mujer divisa a Fernando Burlando, abogado de Silvina, y la mujer emite un grito desde lo más profundo de su corazón: “¡Fuerza doctor, gracias doctor! ¡No nos abandone!”. Va a ser el único grito de la tarde. De alguna manera, el pedido de justicia es el grito de todos.
El adiós a Silvina transita entre una mezcla de sensaciones. Esa dualidad propia de los artistas, que invitan a la sonrisa pero potencian el llanto fácil, y que en su caso se acentúa por la inexplicable muerte joven y la brutal sensación de injusticia. Por instantes, aflora la mueca divertida, esa simpatía que traspasó la pantalla y se hizo mella. Enseguida, se impone la otra cara, esa que mutó en tristeza e indignación al conocer su historia oculta durante tanto tiempo, el sufrimiento que transitaba en soledad hasta que decidió hacerlo público. Quizás para sentirse más acompañada. Seguro, para que nadie vuelva a pasar por lo mismo que pasó ella.
En la voz de María Inés se siente el lamento por la partida temprana de Silvina. “Podría ser mi hija. Cuando vi que estaba mal hace tiempo, me dio mucha tristeza, una chica tan joven, llena de vida, que quería ser mamá…”, resume con amargura. Pero lejos de haber resignación, su tono transmite la fuerte convicción de que no va a quedar impune, que alguien pagará por lo que hizo con su cuerpo. “No fue solo ella, hubo otros casos que sufrieron a Aníbal Lotocki. Todo el mundo está consternado y pidiendo justicia. Y la condena social ya la tiene”, sentencia.
El responso oficiado por el sacerdote versa sobre el evangelio según San Juan y el paso de Silvina a la eternidad. Y si a un artista lo sobrevive su obra, a ella la acompaña también el respeto que supo construir en tantos años en los medios. Y ni siquiera los aplausos son fuertes, aunque realmente se necesiten para sacudir un poco el frío de una jornada invernal. Porque el sol también amaga con salir y elige quedarse en un segundo plano. Tiene que ser de esta manera. Y está bien que así sea.
Después de los rezos y las bendiciones, llega el momento de la despedida final. Allí va el grupo de los íntimos, capitaneados por Ezequiel, quienes ingresan el féretro con el cuerpo de Silvina al panteón. El último instante de intimidad, la coda que nadie quería transitar desde aquel 13 de junio, cuando la actriz ingresó al Hospital Italiano, como una instancia previa al trasplante de riñón que necesitaba para vivir. Se cierran las puertas y solo pasan algunos minutos, que parecen una eternidad.
Cuando el portón vuelve a abrirse, las miradas dispersas se dirigen nuevamente hacia allí, a medida que el grupo baja las escalinatas a paso firme y ordenado. Gustavo Conti, amigo desde Gran Hermano y para siempre. Ángel de Brito y Cinthia Fernández, inseparables durante todo el entierro, conteniéndose y recordándola; Majo Martino y Locho Loccisano, hermanos del último tiempo y hasta el último día. Por ahí andan su expareja Manu Desrets, Pamela Sosa, expareja y luego denunciante de Aníbal Lotocki y también Floppy Tesouro, con quien tuvo algún cruce en el pasado. No es momento de rencores ni de coleccionar asuntos pendientes irreversibles. Es la hora de que Silvina empiece a descansar en paz.
Ezequiel sale arropado entre sus afectos, con una mirada en lo alto con la que parece agradecer tanto respeto. El que cierra la fila es Burlando y el último adiós es pausado, sin prisa a pesar del frío. Como si estirar el dolor fuera una manera de combatirlo. El grupo de los íntimos sale sin hablar con la prensa, ni siquiera lo hacen los más mediáticos. Esto también fue un pedido de Ezequiel, comprendiendo y pidiendo comprensión. Y de alguna manera, no es más que la cosecha de lo que supo sembrar Silvina.
Cuando se cierra la puerta del panteón, los camarógrafos recogen los cables, los movileros guardan sus micrófonos y los cronistas apuramos anotaciones y llega el tiempo de ellos. Los anónimos rompen filas solo cuando se lo permiten y pueblan la puerta con sus gestos en pequeños ramos de flores. Porque la austeridad es también una marca de este último adiós de Silvina. No hay coronas rimbombantes ni figuras excesivas. La postal es su foto sonriente, las flores de su gente y sobre todo, el silencio. Ese silencio que retumba en los oídos y que ahora combate contra el traqueteo del teclado. Como si fuera más difícil encontrar las palabras. Como si la muerte de Silvina Luna, el dolor por su partida y la sensación de impotencia tuvieran alguna explicación.

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