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“No soy yo quién te engendra. Son los muertos.
Son mi padre, su padre y sus mayores;
son los que un largo dédalo de amores
trazaron desde Adán y los desiertos”.
(“Al hijo”, de Jorge Luis Borges, 1964).
Uno quiere separar el sentimiento del trabajo, pero en mi caso, y con ciertos casos, no se puede. Vuelve a imponerse el mandato de la piel, la historia que construimos que tiene forma de castillos de naipes… esos a los que le damos vida con nuestro pulso, deseando que crezcan.
Atardecer del domingo 25 de mayo de 2025. Ya iban quedando atrás las escenas de un partido de fútbol: San Lorenzo 0 Platense 1, semifinal del fútbol argentino. El gol de Franco Zapiola se gritó muy fuerte en dos distritos bonaerenses: en Vicente López, y después… en Magdalena. No puedo dejar de pensar en Héctor Edgardo Zapiola, su papá, que jugó en todos los niveles del fútbol (incluido el escudo de AFA, aunque no tuvo partidos en primera división); en tratar de meterme en el sueño lindo del abuelo Hugo Zapiola, “Natuzo”, ex jugador de la ex Liga Magdalenense de Deportes, del Sport y de Unión y Fuerza. Y por ahí entender que en el gen del crack está la energía femenina de Nancy Yamartino, que lo tuvo el 19 de febrero de 2001.
“Zapiola le pega un fenómeno, de primera…”, largó su primer apunte Juan Varsky en la transmisión de TV, video que suma reproducciones entre “Calamares” y en el público azorado de un fútbol que celebra esta revelación del primer semestre de 2025. El apodo “Calamar”, que nació un día lluvioso cuando Platense terminó de jugar y salieron embarrados, con triunfo en un partido imposible. Entonces, un diario titulaba “Calamares en su tinta”.
De barro, de cosa nostra, de amigos y de “los momentos vividos” (como canta la hinchada) está hecha la siguiente nota, que sale de los poros. “No terminamos de procesarlo”, dice un amigo, cuando vuelve la imagen del ingreso de Franquito y pronto su gesto lleno de gozo. En Magdalena, lejos de Capital, tampoco terminaban de digerir ese locro del domingo 25 de mayo y el cuerpo volvió a sentir el calor en el alma. En el pueblo natal de Franco Zapiola Yamartino.
La presencia de escuelas de fútbol en Magdalena arranca en 1970 con el CRIM, iniciales del Centro Recreativo Infantil Magdalena. Ahí “Natuzo”, llevando a Edgardo, antes de que aparezca la chance de Estudiantes. Allí empezaron a hablar del muchacho de Magdalena, que entendía el juego con la misma claridad de sus ojos claros. Un crack de la categoría 1972 que en silencio se fue poniendo la 10 de la reserva y en enero de 1991 viajó con la Selección Argentina para disputar el Campeonato Sudamericano Juventudes de América. Lograron meterse en las finales en Caracas y la clasificación al Mundial de Portugal. Era el DT Reynaldo “Mostaza” Merlo, supervisado por Alfio “Coco” Basile, que habían visto muy bien a dos pibes pinchas —ninguno de ellos de La Plata—, Claudio Paris y Héctor Edgardo Zapiola.
Tanto “El Rulo” París como “Zapio” habían sido figuras en la Reserva campeona de la temporada ‘91/’92 cuando se programaban un par de horas antes del inicio de la primera división.
Las circunstancias externas lo desfavorecieron (el Pincha peleaba el promedio y a los dos años descendió), y Edgardo sin lugar hizo camino en el exterior (Grecia, Honduras), en el interior (Cipolletti y Sarmiento) y en la región (Cambaceres y Liga Platense, que lo convocó para el combinado mayor amateur).
Al dejar su querido Estudiantes parecía dejar una casa, con sus zurdazos y su forma de ser, “el gran compañero y envidiable jugador, inteligente, potente, encarador, entendido para organizar un ataque”, cuenta Daniel Resiga, uno de los que crecieron a su lado en el fútbol amateur Pincha.
BORJA, ZAPIOLA, HERMANOS
Zapiola no fue el único magdalenense que esperaba el micro para llegar a calle 1, en un viaje que los hizo más que amigos, sino “hermanos”. Marcelo Borja era un wing terrible que a los 16 años era imparable en Atalaya y al que la suerte tampoco le hizo un guiño en el Pincha; se fue a Paraguay y a los 21 años debutó en River de la tierra guaraní.
Borja y Zapiola viven hoy en Magdalena, a pasos de la cancha del Sport Club, y ésta camiseta será la razón de una hermandad, aunque bien lo dice Borja: “La verdad que toda la vida jugamos juntos: Unión, Sport, Atalaya, Estudiantes, Loma Negra de Pipinas, Universitario de Tandil, Trabajadores de la Carne, Verónica, seleccionados de Magdalena y de la Liga Platense… ¡Edgardo es mi hermano!”.
Hay una fecha: sábado 6 de noviembre de 1999, y un lugar, la cancha de Estrella de Berisso. Allí pudo alzar Magdalena su bandera como nunca en una de las épocas más competitivas del fútbol platense. Ganaron el Torneo Clausura de la A, tras igualar con ADIP en la última fecha; la delantera, con Borja, Zapiola y Leo Gómez (éste también había quedado a poco de ser profesional albirrojo). Una tarde muy calurosa y una imagen como en una ensoñación ven a Omar Ale (entrenador, fallecido en 2012) repartiendo estas camisetas azules con números blancos: 1 Sanirato, 2 Nievas, 3 Córdoba, 4 Aguirre, 5 Espinosa, 6 Scuppa, 7 Montes de Oca, 8 Villarreal, 9 Borja, 10 Gómez, 11 Zapiola. Sí, Edgardo con el mismo dorsal que usa Franco en este Platense revelación, que aguarda la final contra Huracán.
Desde chico se le escapó a Franquito un “tío”, para dirigirse a Borja, al que también apodan “El Paragua”. Demás está decir que la descendencia de Borja y Zapiola son parte de una historia hermosa donde la amistad nació desde el primer día que se vieron.
TRES CAMISETAS DE PUEBLO
Franco integró su primer equipo en la Escuela de fútbol de Villa Garibaldi, no competitiva. Pasó a AMFAB (Asociación Magdalenense de Fútbol de los Barrios) cuando su padre pensó en la dirección técnica. Y después pasaron todos los pibes al Sport Club, donde afirman que Edgardo fue el impulsor del fútbol infantil en la prestigiosa entidad social fundada en 1921.
“Franco pasó por todas, desde los 6 años, lo hizo debutar Ramón Benegas con una mezcla de categorías 1999 y 2000”, asegura el papá en diálogo con Radio La Plata.
Vamos a la siguiente fotografía donde Fran y la pelota son sinónimo de alegría. Con el halo de super héroe que lo envolvió en el estadio de San Lorenzo de Almagro, mudo ante su latigazo.
Era el año 2007 y firmaba la planilla con una categoría donde él era un año más chico que los compañeros y adversarios. Parados: Ariel Aguirre DT, Marcos Tripoli, Facundo Aguirre, Facundo Piñeyro, Valentín Borja, Braian Enriquez, Raúl Torrente DT. En cuclillas: Valentín Aguirre, Nicolás Torrente, Franco Zapiola, Antonino Machado, Franco Guglia y Matías Gómez. Solo falta el otro distinto, Nahuel Eiroa, que ahora trabaja y patea en equipos de barrio.
“Franco es simple. Por más que esté en Primera, si jugó el viernes o sábado, el domingo lo ves en la tribuna del Sport”, dice Valentín Borja, de 24 años, ya retirado del fútbol amateur. Estas palabras de un viejo amigo que pasó la infancia, suenan deliciosas cuando se habla del fútbol mismo: “Era el más chiquito y no le podían sacar la pelota. ¡Y le pegaba más fuerte que todos!”. Hace un alto y no se va del relato, pero busca el dato que pinte mejor al amigo. “Tengo el recuerdo de sus intentos de gol olímpico, siendo muy chico, apuntaba con dirección, buscaba el palo, y eso que hacía en la cancha también era lo mismo en la casa, Nancy nos quería matar porque podíamos romper los vidrios… y alguna vez los rompimos”.
Quien suscribe esta historia, agrega una fecha, la del soleado sábado 27 de octubre de 2007. Franco, vestido de azul, su cabello corto y su la voz de niño que alrededor de la cámara celebra con sus amigos la noticia que iban a salir en el diario Hoy de La Plata. “Vaaaamooossss…”, hace eco hoy, de aquella canchita de Nueva Alba, en el barrio Villa Elvira.
En el último año de fútbol infantil Franco ya dejó de jugar en Sport, porque todas las intenciones estaban en Estudiantes. Ahí quería jugar. Probar. Disfrutar el mismo Country y hasta su papá estaba cercano, como integrante del staff de directores técnicos.
Una anécdota. Corrían los años ’10 del nuevo siglo y vieron a Pedro “El Ruso” Ferrín, el canchero de Estudiantes, trabajando con la pala, tractor y semillitas sobre el campo de juego mayor del Sport Club. Este hombre murió el pasado domingo, cuando Franco se convirtió en el héroe de Platense. Lo que no se sabe es que aquel césped que creció hermoso hasta dejarlo como un billar fue donde empezó a pisar una cancha grande y salir por un túnel Franco Zapiola. Y ahí vio jugar a Sebastián Verón cuando La Brujita decidió compartir cancha con un primo y los primeros partidos de esa campaña del Coronel Brandsen fueron en Magdalena. Tenía 11 años recién cumplidos y no podía comprender cómo esa pelota viajaba por el aire y se incrustó en el arco —el cercano a la pileta— con un arquero que solo miraba. La rosca que le daba el ídolo Pincha, se sumaba a la cantidad de veces que vio a su papá Edgardo apuntar y colocarla donde quería… Edgardo ’72 y Sebastián ’75, compartieron entrenamientos en aquel Estudiantes de divisiones menores de la década del noventa.
Valentin Borja, uno de los tres hijos del “Paragua”, rescata un momento de las vacaciones de invierno. “Fui una noche a cenar en lo de Franco y me quedé dos semanas, mi mamá me llevaba la ropa y me quedaba a dormir, comer y jugar a la pelota, también íbamos al cine”. No puede dejar de recordar una chance que surgió de muy chico de su amigo crack. “Algún domingo iba a verlo al baby de River, que era como un fútbol de salón”.
Debutó en el fútbol profesional de la mano de Zielinski en 2022, y un remate infernal de afuera del área lo bautizó en abril de ese año, sacudiendo la red del arco de calle 55. Esa noche también entró en el segundo tiempo por su coterráneo Matías Pellegrini y en diez minutos anotó un golazo.
Les avisé que esta crónica pretendía rendir un poco el homenaje de “los amigos del fútbol, que no te dejan nunca y son para siempre”, advirtió toda una vida Alberto Mendez, de los técnicos que hacen docencia en el fútbol magdalenense. Y tomaré esa licencia para abrir un párrafo de ex jugadores, que si bien no alcanzaron el profesionalismo, lo hicieron en ligas amateurs y con pasajes por otras rentadas. Esos que vieron la superación manifestada en sus hijos: Marcos Rojo (hijo del “Titi”, un diez de calidad y cabeceador infernal), Carlos Alcaraz (el hijo del “Negro Ata”, un wing audaz y desfachatado), Santiago Ascacibar (el hijo de Javier, un 4 intenso en la marca), y Franco Zapiola (el hijo de Edgardo, un enganche fino con pericia en su pegada). Podría contarles que también los fervientes seguidores del fútbol “desde la cuna”, sabemos de un Martín Mazzuco (el hijo del “Burro”, tremendo crack de Ringuelet) o de un Rodrigo Salinas (el hijo de Raúl, zaguero que dio cátedra en Estrella).
Volvamos a Magdalena que se comía las uñas aguantando el 1 a 0 de Platense. Al igual que en 2024 la Copa de la Liga tiene final con hombres de pueblo, y corazón caliente como el de Guido Carrillo y Franco Zapiola (el enano quiere repetir).
Allá todos harán fuerza, el Sport Club, Villa Garibaldi, Unión y Fuerza, Atalaya, Racing de Bavio.
Ojalá que aquel niño vuelva a sonreír. Con su boca grande y la comisura de sus labios que hablan poco y pintan la virtud del alma, una sonrisa que es la vida misma. Cuando la pelota viene a él, también suele sacar la lengua, como su papá Edgardo, como esos 10 que tal vez en ese gesto intenten controlar el pique que la pelota saltarina da mucho más en los potreros que en los grandes estadios.
Si Platense gana otra vez, los amigos no saben cómo va a ser, pero puede que sea otro día patrio allá… Las cosas que pasan en el pueblo, cuanto más chico y más alejado de la gran urbe, suelen ser sagradas.
