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“Soy el que toca la campana del medio del año, nací el 16 julio”, suelta en una tonada llena de gracia Ruben Francisco Cheves, cuya cédula de identidad advierte que nació un día como hoy del año 1937, en el campo, aquel Tandil que cambió tanto y al que no volvió.
Hombre hecho a fútbol puro, que en su curriculum no tiene títulos logrados en una Primera División, que lo tuvo como jugador y director técnico. En Estudiantes cumplió la doble función, y además maestro de juveniles. Otra institución fue Colón.
Supo de sacrificios extremos por los colores, de salvar al León de un descenso, pero en la vida de Ruben los resultados serían apenas una anécdota. Los 88 recién inaugurados con las luces del nuevo día nos brinda al teléfono su voz cálida y una presencia anímica inmejorable. Humoradas. Del mismo que ayer mostraba a sus jugadores un gesto adusto, pero no temido, sino respetado. El crack que fue capitán y una fija en el fondo de Estudiantes de La Plata de 1958 a 1966, justo antes del primer título Metropolitano, donde brillaron los pibes que tomaron la posta de marcadores laterales, Malbernat y Manera. Y fue el gran Zubeldía el que organizó su cambio de hábitos, y lo llevó a trabajar en las categorías menores; primero, lo hizo un breve tiempo bajo la tutela de Ignomiriello, y se hizo carne y uña de Urriolabeitia cuando éste comenzó como ayudante técnico del DT que fuera campeón de las tres Libertadores, la Intercontinental y la Interamericana. Las Terceras del “Vasco” y su ayudante Cheves, en cuatro años, volvieron a ser bautizadas popularmente como la La que Mata.
Hoy vive en Neuquén, y de sus cuatro hijos, una vive en La Plata donde las visitas empezaron a ser más espaciadas, pese a que también tiene una razón hermosa para venir… La hermana Marta Cheves, que fue empleada del Club hasta el mismo día que se inauguró el nuevo Estadio UNO. La familia Cheves, sin ser platense, pasó a ser una marca de la ciudad. Y su padre Leonardo Cheves cumplió con el rol de Intendente de la vieja cancha.
La raíz está en una canchita donde un caminante que hacía captación de jugadores en potencia vio a Ruben en un Torneo Evita (“un señor que no lo vi más”). Después de vestir los colores de Santamarina y de Ferro, ambos tandileros, “me tomé el tren en Tandil, me metieron arriba solo y llegué a Estudiantes. Dormíamos en la escuela de policía, en calle 1. Tenía 16 años en la prueba, cuando ya había jugado en 1ª para Santamarina, y a los dos años volvió. “Fui primero a la casa de unos parientes lejanos en Ensenada. Para ellos era un honor tener viviendo a un jugador. Para subsistir, un hincha de Ensenada me conectó con la Escuela Naval donde limpiaba la pileta, la cancha y la pista de atletismo. Tomaba el tren de Ensenada a La Plata, porque a la tarde entrenaba en la auxiliar. Estaba tan entusiasmado que le daba para adelante.
Llegó a jugar 123 partidos oficiales por torneos regulares de AFA y convirtió un sólo gol, en 1965. Fue en la fecha 34ª ante Independiente. Un penal que el referí otorgó por foul de Pavoni a Bilardo. Cheves “canjeó” por gol. Era la última fecha, el 14 de diciembre. Primer año que completaba don Osvaldo Zubeldía como técnico albirrojo, y en los diarios la asistencia perfecta daba ese mérito a cuatro figuras: Miguel López, Eduardo “Bocha” Flores, Carlos Bilardo y Cheves.
Charlé con Cheves tres veces y todas salimos con una sonrisa marcada y el valor de un momento en que no se perdió nunca, pese al vaivén de épocas.
—¿Me haría un perfil de lo que fue como defensor?
— Jugaba de 3 o de 4. Andaba bien con los cierres, salvando cualquier cantidad de goles como marcador de punta, porque pasando la mitad de la cancha no entendía nada, pero para pasarme a mi tenías que ser muy pícaro.
La tarde de su debut en el ’58 salió este once: Castro; Cheves y Stringa; Polischuk, Zapa y Moreno; Ruggeri, Koroch, Infante, Antonio y Stork. DT: Alberto Viola.
LA LÍNEA DE ZUBELDÍA, KISTENMACHER y URRIOLABEITIA
“El Huevo”, así lo recordó afectuosamente a Zubeldía, aunque fue este DT con quien consensuó el final de una carrera profesional para integrarse a la dirección técnica.
Promediaba el Campeonato de 1966. Zubeldía venía de renunciar a la Selección. En plena cancha principal, apenas terminada la práctica de fútbol, Cheves hacía una habitual práctica: “Yo me quedaba a practicar tiros libes. Osvaldo ya se había ido del terreno, pero se volvió…”
La charla que recrea Ruben nos pone en un momento de definición, sin tensión.
—Cheves. No se vaya a enojar, quiero probar a Manera.
—Al contrario, yo estoy por retirarme, lo único que quiero es quedarme a trabajar a las inferiores.
—Esos nenes que iban a ser campeones de todo
—Manera andaba muy en la proyección manejando la pelota, con buena visión y llegada al área contraria. Malbernat era muy bueno en la marca.
—¿Cómo lo recuerda a Zubeldía?
—Era un buen captador de conocimientos. Empezó a trabajar con las pelotas. Cuando yo había sido chico en las inferiores, perdíamos el tiempo, porque los que se quedaban afuera se tenían que aguantar el frío esperando a que el técnico lo pusiera”.
—¿Y el profesor Kistenmacher?
—En mi vocación de director técnico me ayudó el profe Kistenmacher y en cómo tenía que enfrentar lo que venía en la vida. Lo que nos hacía hacer…
—Cuéntenos una de esos trabajos
—Ibamos al Bosque y en las tormentas que dejaban los árboles caídos, o los que estaban cortados, íbamos corriendo o saltando y caías arriba del tronco y hacíamos equilibrio. Nos hacía subir en velocidad. Y además hacías fuerza, elasticidad, y hasta buena vista… Cuando llegabas a la punta del tronco grande, saltabas. O pasar por debajo del hueco de un tronco y te raspabas la panza con las cortezas. Después en la cancha, le pegábamos cada viaje.
CONDUCTOR DE LOS JUVENILES JUNTO AL “VASCO”
Juan Eulogio Urriolabeitia había sido ídolo de Estudiantes y River. Dejó de jugar en América de Cali en 1965 y volvió a vivir en nuestra ciudad. A mediados del ’66 tomó el cargo de director general el “Vasco”, que tendrá de ayudante a Cheves de agosto de 1966 a julio de 1970.
Luego, la dupla seguirá en Colón de Santa Fe, donde Urriolabeitia dirigió la primera y se lleva a Cheves para que esté a cargo de las Inferiores. “A Cheves lo quiero como a un tío, eran muy amigos de papá”, dice hoy el doctor Fernando Urriolabeitia.
El “Vasco” se fue a River y Newell’s, pero Cheves se quedó en los Sabaleros con los jovenes y cada vez que se quedaban sin técnico, ahí estaba el tandilense para tomar el mando de los profesionales. Así estuvo siete años el “Mago”, hasta que volvió a La Plata en los primeros días de enero de 1979, cuando Urriolabeitia es convocado nuevamente por Estudiantes y el cuerpo técnico se integró con Jorge Kistenmacher (Preparador Físico), el Dr. Roberto Marelli (Médico) y Rubén Cheves (Ayudante de Campo e Inferiores).
“Sin lugar a dudas, el plantel profesional de Estudiantes de La Plata estuvo a cargo de un equipo de trabajo de altísimo nivel humano y técnico, y que -además- poseían cada uno de ellos una historia previa -de un valor enorme e incuestionable- en el club platense”, describe una nota del diario Gaceta, en la edición del jueves 10 de mayo de 1979.
Dos años después, en mayo de 1981, Cheves tomó la Primera en reemplazo de Carlos Pachamé. Una emergencia de las tantas que lo tuvo como piloto de tormentas. Fueron diecinueve partidos de un torneo Metropolitano muy duro a partir del 10 de mayo, cuando con Ruben se necesitaba “zafar” del descenso. El Pincha mandó con la firmeza de Brown como columna, la habilidad de Hernández y los piques de Galletti. Y a poco de asumir se enfrentaron a San Lorenzo de Almagro, que iba a ser el primer grande en perder la categoría. El Estudiantes de Cheves sacó dos puntos más que el Ciclón y “valió doble” la victoria por 2 a 1 ante el azulgrana en La Plata, con batalla campal entre jugadores. El otro que descendió fue Colón, al que él conocía de sobra, jugador por jugador.
El 22 de noviembre jugó su último partido “La Bruja” Verón en la primera división de Estudiantes y fue Cheves el que le dio por última vez la casaca 11. También fue una despedida para él. Llegó en el verano del ’82 un nuevo ciclo de Bilardo.
“Fue un técnico que imponía mucho respeto, siempre serio; a los que vivimos en el Demo nos tenía cortitos (risas) pero aprendimos mucho de él. Con el tiempo, lo aprecias como un gran tipo, pero te repito: en las inferiores no volaba una mosca cuando llegaba Cheves. Trabajaba bien. Trajo a muchos chicos del interior y tuvimos buenos planteles con él”, afirmó Julián Camino.
Quedó como formador, esos que te dejan enseñanzas. Un grupo de muchachos que dirigió en Cuarta lo agasajó. Lo trajeron desde el sur y la vida danzó con las anécdotas que despabilaron sonrisas y abrazos retenidos en el tiempo.
“Lo recuerdo como una persona tranquila para hablar, pero también muy exigente cuando se calentaba. Fue una etapa muy linda con amigos y jugadores, y también fue una etapa formativa para todos con Cheves por el juego y por lo personal”, dijo a radio La Plata el ex jugador de fútbol Marcelo Portalesi.
“Le gustaba mucho la disciplina era un líder que inspiraba respeto y tenía su carácter, formaba buenos grupos de trabajo con el profe Paterno y el querido Beto Infante. Era lindo verlo a Cheves pegarle a la pelota en los entrenamientos con los arqueros”, comentó Marcelo Saucedo, a quien tuvo un año en Cuarta. “Tenía un año más en Cuarta y me dejó libre, para que veas que a pesar de eso no puedo de dejar de reconocer su trabajo y su trayectoria”.
Entre quienes lo trataron en la intimidad y lo vieron desde la tribuna en los años 50 se destaca la opinión de Héctor “Cacho” Massa, ex entrenador. “Callado, trabajador, humilde. Tuve la suerte de verlo jugar. Le pegaba muy fuerte a la pelota. Jugó hasta el año anterior a los campeones. Y después compartimos en Colón, con Silvero y Echeverría. De Ruben aprendí también a tomar unos lindos guisos”.
Hoy 16 de julio es su cumpleaños. A las 6 ya está arriba, con los mates y el diario, mientras la mujer Irma Spizzi Ochoa mira el celular y lo pone al tanto de tantos saludos.
Operado de la cadera, el mal de los jugadores, dolor del que “ni me acuerdo, mantengo la postura”, advierte, como si en esa frase tomara envión para una vueltita por La Plata. “Neuquén es una provincia con un aire bárbaro, seco, no llueve casi nunca. Me trajeron de Independiente, se me metió adentro y me quedé a vivir”. A la espera del solcito para salir a caminar, nos entretuvimos con un paseo por el emblemático estadio donde su papá Leonardo cuidaba de cada metro, “el único vicio que tuvo era hacer asados, y acá tengo una tablita de picar que hizo con un tablón de la cancha de Estudiantes… vaya a saber cuantos se han sentado acá”.
Su fraseo termina con un acento feliz. Puede ver que del túnel de 55 el Negro Antonio le da el último toque al cigarrillo, lo tira y larga la voz de mando de un compañero de aquello: “vamos Estudiantes”. Que Madero y Albrecht esperan su pase desde una salida por el lateral. Que el correntino Silvero lo cuidaba mucho, “no le tenía miedo a nada”. Podemos imaginarlo con los arqueros, en una sesión de penales y tiros libres cuando no quedaba nadie. Que viene Zubeldía y termina su carrera pero empieza la docencia.
Que se queja socarronamente de alguien porque “yo era un loco porque dije que a las divisiones inferiores tenían que comprarle 20 pelotas, y bueno, sino que pateen tierra…”
Que Cheves es de aquel Estudiantes sin tanta plata y que necesitaba del ingenio y de hombres leales, fuertes. Que es producto de un hombre que también trabajó por Estudiantes: “Papá no sabía leer, ni escribir, pero era vivo”, lo recordó.
Y recordará por siempre a aquel niño del campo, “con una pelota de trapo a la que le sacabamos la lana del colchón para que pique un poquito… ¡Y las de tiento, que cuando la cabeceabas te dejaba la marca, pero no ibas a ponerte a elegir si venia de ese lado del tiento, vos la cabeceabas igual… Mala suerte si te dolía, pero todavía no teníamos la Super Ball”.
Hoy, su hija Adriana le preparó una sorpresa y es una invitación para saludarlo por una plataforma de internet.
Don Ruben, sepa entender que hoy no le deseamos felicidades, porque ese arte, o esa forma de ser, usted ya parece haberla encontrado. Ese es el tesoro más preciado. El regalo para cada día. Y está más allá de los resultados.
