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“Pensaban que iban a encontrar un cadáver”: la noche que el Chino Darín paralizó a su familia

Actor y productor con nombre propio, logró que el apellido ilustre sea un orgullo y no una carga. La relación con Úrsula Corberó, los proyectos a ambos lados del Atlántico y la reflexión profunda sobre la Argentina de ayer y de hoy

“Pensaban que iban a encontrar un cadáver”: la noche que el Chino Darín paralizó a su familia

4 Sep, 2023
Por Tatiana Schapiro
Puede que su apellido resuene con el eco del actor más icónico de Argentina, pero el Chino Darín forjó un camino propio. Fue él quien convocó a su padre, Ricardo Darín, a embarcarse en Kenya Films, tomando en sus manos las historias que querían contar al mundo. De la unión de su amor por los animales, aquel sueño de infancia de ser zoólogo, y su fervor por el cine, nació su compromiso con Argentina Salvaje, el filme documental al que le pone su voz y será proyectado en el Gaumont y los espacios INCAA.
Con una vida repartida entre Argentina y España, donde lleva más siete años de pareja con Úrsula Corberó, Chino se desliza entre propuestas: desde protagonizar una serie en el corazón de la península ibérica hasta producir una película filmada en las calles de Buenos Aires con Joaquín Furriel y Griselda Siciliani como protagonistas. Ambos proyectos probablemente lleguen a la pantalla en 2024.
“Hasta el día de hoy no tengo claro si pueda vivir de esto: siempre tengo mis dudas respecto del futuro. Esta es una profesión muy inestable y yo soy bastante inestable también”, reflexiona el actor en esta charla exclusiva con Teleshow, que oscila entre risas, profundidades, perritos en Instagram y reflexiones sobre la democracia.
—Te sacaste el otro día la camiseta jugando al ping pong con Migue Granados y estallaron las redes.
—No sé qué pasa en las redes, pero soy un ridículo. No tenía el apto físico para poder realizar esa actividad (risas).
—No es lo que comentaban en Twitter.
—Estoy un poco desgarbado últimamente. He estado mejor físicamente. Igual me conservo medianamente bien a mi edad. Yo jugué mucho al ping pong, estaba retirado hacía años, y para agregarle un poco de picante pusieron esto del strip pong y había que ponerle el pecho (risas).
—¿Cómo te llevás con las redes?
—Ahora hay todo un mundo, te podés dedicar en las redes a lo que sea que te guste aunque sea hacer origamis, y vas a encontrar tu público. Antes de venir para acá estaba viendo una entrevista que hiciste con Eial Moldavsky y hablaban justamente de esto: de cómo la Filosofía de repente penetra. Es apasionante en un montón de facetas lo que pueden hacer las redes por nosotros. Y después, hay cosas ridículas.
—¿Te importa lo que pase con lo que mostrás o te da lo mismo?
—Intento que no me importe porque hay algo de esta virtualidad donde pareciera que nuestra vida está interpelada por cualquiera que opina detrás de un teclado o de un teléfono. Es muy fácil hoy vomitar algo ahí en las redes sin pensar en las consecuencias. Tanto se habla de bullying, de salud mental y creo que las redes tienen un peligro y un potencial de hacer daño muy penetrante. Hay que saber generar esa distancia o entender esa distancia.
—¿Cómo fue tu adolescencia? ¿Fuiste bravo?
—No. Sí he descubierto actitudes y cosas con todo este revisionismo de cómo uno pudo haber afectado a otro en el pasado, donde por ahí he participado de cosas de las que no me siento orgulloso por una dinámica grupal, sobre todo del colegio, estos ambientes donde hay demasiadas hormonas y poca claridad. Pero no creo que haya sido bravo. Yo era bastante tranquilo. Nunca dejé ser un niño o un adolescente durante esas etapas, pero tenía una actitud bastante poco histérica.
—No llegabas muy roto a casa.
—A partir de mis 17, 18 años en algunas vacaciones de amigos, cosas que se me hayan ido un poco más de las manos, puede ser. Pero no, nunca fui muy…
—Nunca tuvieron que salir a buscarte tus viejos.
—Hay anécdotas de que sí, pero no. Yo dormía mucho (risas).
—¿Perdón?
—Me ha pasado de quedarme dormido y que nadie me pudiera despertar, y nadie supiera dónde estaba, y los demás creer que me había pasado algo, que estaba en una situación de peligro inminente… Y yo estaba en la cama, durmiendo. Tengo el sueño muy profundo (risas).
—¿Vos estabas en tu casa y tus padres salieron a buscarte?
—Sí, llamaron a hospitales y a la policía, y amigos míos, a ver si alguien sabía dónde estaba, qué había hecho, a qué hora me había ido. Y yo estaba durmiendo. Ha pasado, sí.
—Vos, ya viviendo solo.
—Sí, a mis 20 y pocos. Rompieron la puerta de mi casa hasta que me encontraron en la cama durmiendo. A partir de ahí te diría que empecé a no dormir tan profundo. Empecé a tener conciencia de que no se puede dormir tan profundo. No te podés ir a dormir tanto tiempo.
—Qué envidia ese sueño.
—Era una marmota, era increíble. Rompieron la puerta de mi casa para entrar. Y yo no me avivé hasta que alguien no vino y me tocó la pierna.
—El susto que se habrán pegado…
—Vecinos, todos en la escalera del edificio pensando que me había pasado algo, pensando que iban a encontrar un cadáver. Yo había dejado cerrada la puerta de casa con la llave puesta, entonces tampoco podían meter la llave para entrar, y yo no me enteré nunca de nada. Me llamaron por teléfono 200 veces. Tocaron el timbre, tocaron la puerta, empezaron a pegar palazos porque trataron con un cincel de sacar la llave para el otro lado para después poder meter la llave desde afuera, porque mis viejos y algunos amigos tenían llave de mi casa. E incluso habiendo abierto la puerta, yo nunca me enteré de nada. Hasta que vino un amigo y entró al cuarto, y me vio tirado en la cama y se asustó y dijo: “¡No, Chino! ¡Noooo!”. Cuando me tocó le digo: “¡¿Qué?!”. Y pegó un salto en el aire.
—Nunca más te fuiste a dormir sin antes mandar un mensajito.
—Lo bueno es que habiendo sentado ese precedente, ya saben que lo más probable es que esté durmiendo.
—¿Seguís teniendo ese sueño profundo?
—No tanto. Úrsula podría decir que sí, pero porque ella no tiene el sueño tan profundo como yo, y en comparación con ella sí, soy un profesional del sueño. Pero la verdad es que teniendo en cuenta lo que fueron mis inicios, he perdido mucho terreno. Sí tengo un talento: puedo dormir en cualquier lado.
—Si le pregunto a Úrsula, ¿qué me va a decir? ¿Hay un Chino que abraza la almohada? ¿Qué ronca? ¿Cómo te definirías en ese sueño profundo?
—Entiendo que me muevo. Abrazo la almohada, probablemente. Cada uno tiene sus mañas para dormir. Ella prefiere que duerma de costado, no sé por qué (risas).
—Porque debés roncar fuerte.
—Ya tenemos instaurado que me pone la manito así y yo estoy entrenado. Soy un cachorrito a esta altura. Me tienen bien domesticado.
—¿Cuándo entendiste que eras buen actor? ¿Cuándo te gustaste por primera vez?
—Estoy esperando que suceda. Lo primero de lo que me sentí orgulloso probablemente haya sido en Farsantes en alguna escena con Julio (Chavez), que tuve la oportunidad de laburar con él y fue una gran oportunidad de crecimiento. Pero en cosas muy aisladas. Y después sí tengo más noción de que me haya gustado más en Historia de un clan.
—¿Y entendiste rápido que ibas a poder vivir de esto?
—Al día de hoy no tengo claro que pueda vivir de esto, entiendo que vivo de esto, que ya es una afirmación que en aquel momento probablemente no podía hacer, pero tengo mis dudas siempre respecto del futuro. Esta es una profesión muy inestable y yo soy muy inestable también. Tal vez termino eligiendo vivir de otra cosa. No tiene necesariamente que ver con una imposibilidad el no poder vivir de esto sino por ahí con una decisión personal.
—Hay un productor al final, como en El secreto de sus ojos.
—El secreto de sus ojos fue para mí una experiencia iniciática en el mundo laboral en general. No había trabajado nunca hasta ese rodaje. Estaba estudiando cine y corté los estudios para poder formar parte de la película, fue una oportunidad imposible de dejar pasar. Fundamental en mi vida, estaré siempre agradecido. De hecho, cuando tuve la idea de armar la productora y lo convencí a mi viejo de que era una buena idea, él no estaba tan convencido, nos faltaba alguien que nos ayudara a ejecutar eso y ponerlo fuera de nuestra cabeza. Y a la persona que acudí fue a Federico Posternak, que es nuestro socio en Kenya Films, y que había sido mi jefe en el rodaje de El secreto de sus ojos.
—¿Tu papá no estaba al principio convencido de armar Kenya?
—Mi viejo nunca quiso ser productor. Producía teatro él. Es bastante complejo el tema de producir películas sobre todo desde la mirada de un actor. Yo tenía inquietudes del otro lado de la cámara desde chico, de verlo a él, de participar de sets de filmación, de interesarme qué hacía cada uno de los que estaba atrás de un aparato manipulando objetos y tratar de entender cómo se hacían las películas. A mi viejo, desde su mirada de actor, siempre le pareció un lugar donde primero no necesitaba meterse, y segundo, donde había una complejidad que no formaba parte de su expertise. Y por otro lado, creo que él no se sentía cómodo con ser jefe. Mi viejo no se siente cómodo con ese lugar, él es mucho más horizontal en su pensamiento y para ser productor tenés que tener alguna cierta noción de verticalidad en la toma de decisiones. Tenés que aprender a lidiar con equipos, con presupuestos, con contrataciones, con permisos, con seguros, con una cantidad de cosas. Todos esos temas, los actores te llaman y te dicen: “Mañana llueve, ¿no rodás?”. No digo que sea más simple porque la complejidad del trabajo de un actor es muy grande como para ponernos a describirla acá y mi viejo es un experto en el tema, no creo que tenga que ver con que él estuviera huyendo a un nivel de compromiso de complejidad.
—No, él disfruta de lo suyo y hace que las películas brillen como brillan.
—Lo que dije en aquel momento es que él no es exclusivamente un actor tampoco. Es un motor de los proyectos, lo cual no necesariamente quiere decir que sea productor pero tiene algunos aspectos en común.
—¿Así lo convenciste?
—Un poco sí. Sí… (risas). Y por otro lado, con la idea de poder soñar nuestros propios proyectos. Que se nos ocurran a nosotros las ideas, llevarlas a cabo, y tener voz y voto hasta el final. Lo he visto putear en algunos procesos de haber formado parte y dejar el alma en todo un rodaje, en un proyecto, en un personaje, y después ver el producto final, y verlo decepcionado con algo de lo que pasó entre un lugar y el otro. Hay un punto en el que el actor termina su trabajo, no formás parte del lugar donde se termina de cocinar un proyecto, que es la sala de edición, o decisiones macro que hay sobre una película de cuál es la cartelería con la que se va a salir.
—¿Logró disfrutarlo al final?
—Yo creo que sí, que es algo que al día de hoy le apasiona. Creo que siempre le apasionó, pero me parece que él no era tan consciente de esa necesidad.
—¿Se llevan bien trabajando juntos?
—Sí. Discutimos mucho también, pero nos llevamos bien.
—¿Quién afloja primero?
—Nadie. Nadie afloja nunca (risas). Somos como dos perros mordiendo el hueso; ¿viste que tiene que venir alguien de afuera?
—Y ahí aparece Federico.
—Y Federico es muy pragmático para este tipo de cosas, sí.
—¿Qué te pasa con que nuevas generaciones tomen conciencia de lo que pasó en el país gracias a Argentina 1985?
—Me sorprende un poco, la verdad, que necesitemos una película.
—Sí, te podría decir que es triste. Pero también, qué bueno y qué rol importante que tiene el arte en esto, ¿no?
—Para mí, sí. Y tampoco es su responsabilidad. Entonces es de agradecer que se toquen esos temas con esa sensibilidad. Está buenísimo, y evidentemente que haya directores y guionistas como Santiago Mitre y Llinás, que lo ponen en palabras, y hacen que esto sea el inicio de un proyecto que después puede tener la visibilidad que tiene esta película. Pero me parece que es una tarea que no pertenece al arte. Sin embargo es una facultad que sí tiene, y cuando todo eso se alinea en un proyecto como Argentina 1985 es una bomba porque pasó todo lo que tenía que pasar.
—¿Por qué Kenya?
—Hicimos un viaje en familia a Kenya cuando éramos chicos, justamente por nuestra pasión por los documentales, que nos lleva a Argentina salvaje. Fue un viaje alucinante y transformador para nosotros no solo por el contacto con la naturaleza y los animales, si no por visitar un país de África y entender el contraste social que había. Todos salimos muy tocados de forma muy positiva para nuestras vidas, y quedó como una especie de hito el viaje a Kenya. Eso fue derramando en distintos aspectos de nuestra vida: nuestra perra se llamó Kenya. Cuando nos empezamos a reunir Federico, mi viejo y yo en la conformación de la productora y empezamos a discutir nombres, la que estaba siempre ahí era Kenya. Era el otro integrante, por llamarlo de alguna manera. Discutimos sobre mil nombres. Teníamos tantos nombres y tantas ideas y tanta ensalada de distintas opiniones que al final terminamos eligiendo por algo que había estado ahí siempre.
—Mencionaste Argentina salvaje y a ese amor por los animales.
—Desde muy chico es una de mis primeras pasiones. Lo primero que quería ser era zoólogo. ¿Viste que hay unos tipos metidos en el medio de una isla buscando la relación entre dos monitos que son únicos de ese lugar? Siempre me apasionó tener acceso a esa cosa tan íntima de la naturaleza. Después entendí que están ahí por ahí tres meses, esperando que se apareen los dos monitos, y me encanta ese laburo. En este documental se consigue con especies nuestras y eso está buenísimo porque normalmente estamos acostumbrados a ver cosas que suceden en África, en Asia, en el Amazonas, pero tenemos lindas especies acá y buenas historias para contar.
—Tenemos una Argentina hermosa. Algo del título, Argentina salvaje, tiene que ver también con todo lo que estamos viviendo en este momento.
—En cualquier momento de nuestra historia reciente ese título también hubiera tenido alguna resonancia con la realidad que nos tocaba vivir, porque es parte de lo que tenemos. Pero esto va a lo salvaje de verdad, no humano, por llamarlo de alguna manera. Me parece que el otro salvajismo es más culpa nuestra. Espero que les guste cuando lo vean. Está hecho para nosotros, en nuestro territorio, con especies increíbles. Hay situaciones que son alucinantes, la verdad. Porque estamos muy acostumbrados a ver videos de perritos, y a mí me encanta, eh, yo soy un salame con esas cosas, terrible: me la paso viendo videos de cachorritos, de animalitos, mandándolos en los grupos.
—¿Mandás videos de perritos?
—Tenemos un grupo en mi familia que son tres caritas de perritos y que son todos videos de animalitos, perritos, boludecitas…
—¿Ese es el grupo familiar?
—De Instagram. Tenemos un grupo familiar en Instagram que está dedicado a videos de animales, sí. Es muy exclusivo el grupo: somos los cuatro integrantes de nuestra familia, nada más.
—¿Después tienen el grupo de chat de WhatsApp?
—Sí. Se llama “Familia”.
—No estuvieron tan creativos ahí.
—No. Y el de los perritos tampoco: tiene tres caritas de perritos.
—Bueno, ya que tengan un grupo los Darín para compartir los virales de perritos, es un tema en sí mismo.
—Sí. Tenemos un poco de enfermedad con ese tema.
—Volvés a España ahora, en una semana y un poquito. ¿Seguís desde allá las elecciones?
—No sé si no vuelvo…
—¿Volvés porque tenés que volver o volvés porque te gusta votar acá?
—Me gusta votar, sin dudas. Y por otro lado, tengo que estar acá siempre por distintas cuestiones, entonces la coincidencia de que haya elecciones en octubre y que yo tenga cosas para hacer, podría llegar a hacer que venga. De todas maneras puedo votar desde afuera. Pero sí, me gusta votar. Me encanta votar. Me apasiona.
—Es importante sentirlo principalmente y está bueno decirlo: nos costó un montón la democracia.
—Sí. Es importante también valorarlo en tiempo presente. A veces parece que: “Huy, no, la fila, dos horas…”. No soy inmune a ese tipo de cosas. Me acuerdo que la última jornada de las PASO, cuando empecé a ver chats de amigos que habían estado dos horas y se habían vuelto a la casa sin votar todavía, con la idea de volver después de comer, mis viejos incluso, mi viejo y mi hermana, ellos iban a ir temprano y yo iba a ir más tarde. Cuando me contaron que estuvieron una hora y media, y se volvieron a comer a casa para intentar ir después. Cuando vi el video de Pato Bullrich en su propia máquina peleando contra el sistema. Empecé a ver todo el caos y tuve un momento en el que dije: “No voy a votar un carajo”. Y es peligroso también eso. No hay que dejarse doblegar por las pequeñas dificultades porque también pueden ser usadas en tu contra. Puede ser casualidad o también pueden complicarse a propósito unas elecciones. Es importante que no sea un tema. El día está destinado para eso, no tenés nada mejor que hacer el día de elecciones.
—No te voy a preguntar a quién votás pero sí, si vas contento con las opciones que encontrás.
—No.
—Siete años de amor. ¿Cómo impacta a veces la distancia y el éxito en el trabajo de ambos?
—Obviamente, en siete años han pasado un montón de cosas. Ha habido muchos momentos, altibajos, distancias. Pero la verdad que muy bien. Hemos aprendido mucho también en todo este tiempo. Lo que más ayuda a la pareja es el amor, la empatía. Tratar de entenderse, incluso a la distancia. A veces es difícil entenderse a la distancia. Todas estas cosas pueden obrar a favor y en contra, dependiendo del momento. El éxito inclusive. Los viajes. Todo puede ser una moneda de dos caras.
—Y fundamental: dormir de costado.
—Eso es para mí la mayor herramienta de supervivencia de esta pareja. Haber aprendido que con la manito, hay que girar.
—¿Hay un romántico en el Chino Darín?
—Sí, sin dudas. Yo creo que sí soy romántico. No soy muy meloso en el sentido del romanticismo como color rosa. Para mí el romanticismo no tiene que ver con lo rosa. Es más sanguíneo todo, tiene más que ver con la pasión. Incluso con cierta cuota de sufrimiento, lamentablemente. Para mí el romanticismo tiene algo que ver con vivir las cosas apasionadamente. Yo tengo un concepto romántico por ahí un poco más clásico de lo que se interpreta ahora como romántico. A mí, que alguien venga y te dé una flor de romántico, no tiene nada que ver con ser romántico.
—¿Hay que sufrir por amor?
—No necesariamente. Pero hay algo de vida o muerte en el romanticismo.
—¿Puedo encontrarte llorando?
—Sí. He llorado. Pero la verdad que no soy muy llorón. Me cuesta. Me gustaría llorar más a veces como una forma de expresión y de canalizar angustias o preocupaciones o tristezas. Llorar es a veces abrir una canilla y dejar que algo fluya por ahí. Y me gusta esa entrega. Me gusta cuando la vivo. Tiendo más a enojarme que a angustiarme con cosas que me pasan. Tardo más en darme cuenta que estoy angustiado.
—¿Y los momentos de felicidad, hoy por dónde pasan?
—Para mí gran parte de la felicidad reside en cosas minúsculas, a veces. Justo veía la entrevista con Eial y me parecía muy interesante que dice que la felicidad es muy difícil de habitar en tiempo presente. Estoy bastante de acuerdo con eso. Es mucho más fácil reconocer los momentos en los que fuiste feliz retroactivamente. Yo conozco bastante a Alan Faena de toda la vida y hay una cosa que me encanta de él, que admiraba cuando era chico, que eran reuniones idílicas, siempre eran situaciones vacacionales, en Punta del Este, situaciones muy agradables, y él era capaz de pararse en ese lugar en el que todos estaban cada uno en su cosa, y abrir los brazos y decir: “Cómo estamos gozando ¿no?”. Siempre me admiró esa capacidad de poner un parate y decir: “Ey, seamos conscientes de lo bien que la estamos pasando ahora porque esto se te escapa de las manos”. Me parece muy linda esa capacidad de poder entender en tiempo presente que estás siendo feliz o que estás viviendo un momento que después vas a ver con añoranza.
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