Aunque parece poco probable, el Río de la Plata todavía esconde una gran cantidad de secretos incluso a aquellos que lo transitan y viven a diario. Algunos, sin embargo, poco a poco salen a la luz y ese es precisamente el caso de la historia que involucra al pescador platense Claudio Velardo y un grupo de investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Abogado y de 66 años, Velardo se enamoró de la pesca cuando era apenas un nene de la mano de su papá. “Cuando tenía 5 años mi viejo me puso una caña en la mano y no la largué más”, le cuenta a un portal local de noticias sobre el hobby que con el tiempo se transformó en un estilo de vida.
Hace algunos años, incluso, compró una casa en Gonnet que tenía una pileta instalada en el patio trasero. Sin mayor interés en usarla, la llenó de bogas, bagres, dientudos y mojarras. “Yo les doy de comer, los pescaditos vienen a comer arriba. Ahora se ven menos, pasa que en invierno no comen tanto”, cuenta sonriendo.
Claudio Velardo tiene 66 años, es de La Plata y desde los 5 años su gran pasión es la pesca.
Ya jubilado, tras haber trabajado en el Tribunal de Cuentas de la provincia de Buenos Aires durante más de cuatro décadas, pasa sus días frente a la inmensidad del río, sentado en su reposera de caños y tiras de tela en tonos grises y azules. Allí da rienda suelta a su pasión y allí, también, se convirtió en el actor clave de un hallazgo que da cuenta de una amenaza latente en las aguas que bañan no solo a la región sino también a la Capital Federal, el conurbano bonaerense y Uruguay.
El pasado martes 13 de agosto, alrededor de las 8, Claudio tomó dos cañas y emprendió el viaje a Punta Lara. Solo, finalmente se acomodó en su zona preferida de Boca Cerrada. La jornada era mansa y transcurría con quietud. Alrededor del mediodía supo que había enganchado un pez y comenzó, con trabajo fino, a forzarlo hasta la orilla. Por la fuerza, los movimientos y la presión de la tanza pensó que se trataba de un pejerrey, pero tras varios minutos de batallar descubriría que en el extremo de su línea luchaba por huir un esturión.
Cuando finalmente lo tuvo consigo lo identificó de inmediato, pues sabía de las características de este particular pez. Velardo se decidió a devolverlo al agua como de costumbre, pero por la particularidad del animal se tomó un tiempo más, le sacó una foto y la compartió a sus amigos a través de WhatsApp. Instantes después obtuvo una respuesta que cambió todos sus planes: “Lo están buscando investigadores de la UNLP, mantenelo con vida que ya van para allá”, le dijo uno de sus amigos y él así lo hizo.
El esturión es un pez originario de Rusia, que se cría en Uruguay y hoy amenaza todo el ecosistema del Río de la Plata.
El esturión es una especie introducida en la región por acuicultores uruguayos hace más de 20 años, ya que con sus huevos se produce caviar. El kilo de ese producto puede tiene un valor de entre 500 y 10.000 dólares en el mercado internacional, dependiendo de su calidad y exclusividad.
El kilo de caviar puede llegar a costar entre 500 y 10.000 dólares en el mercado internacional, dependiendo de su calidad.
La especie es de origen ruso y se cría en el Río Negro, que nace en Brasil, atraviesa las tierras charrúas y desemboca en el Río Uruguay, a pocos kilómetros al sur de la ciudad entrerriana de Gualeguaychú. Fue en una crecida que el animal escapó de los enormes piletones que se construyen a las márgenes del cauce para reproducirlo y desde allí se extendió rápidamente hasta puntos tan alejados como el propio Río de la Plata, donde hoy representa una seria amenaza para el ecosistema argentino.
Si bien se estima que circula en la zona desde 1998, ninguno de los muchos biólogos que monitorean las aguas del río había logrado capturar un ejemplar y demostrar que la especie se cría en libertad en la zona, pero Velardo lo cambió todo. Tras el increíble hallazgo incluso fue condecorado por una casa de pesca y recibió un diploma por parte de la UNLP.
El logro de Claudio no tiene precio para los investigadores del la UNLP y el CONICET. Desde hace tiempo un grupo de destacados biólogos del Laboratorio de Ecología de Peces del Instituto de Limnología Raúl Ringuelet (ILPLA) se encontraba tras la pista de los esturiones en el marco de sus investigaciones sobre el ensamble de peces en el Río de la Plata y cómo se ven influidos con el ambiente.
Tras el hallazgo en las costas de Ensenada, los científicos tiene ahora por primera vez la chance de arrojar luz sobre cómo se comporta, de qué se alimenta y qué daños puede ocasionar en ambiente la introducción de esta nueva especie, que no tiene depredadores en la zona y ahora prolifera sin restricciones. Si bien todavía no abundan en la zona, los expertos creen que en un futuro podrían convertirse en una plaga, como lo hizo la carpa cuandoapareció en Argentina hace ya casi 100 años.
El esturión capturado es apenas un juvenil de 70 centímetros de largo, pero la especie representa un serio peligro para el ecosistema de toda la región.
El investigador del ILPA y ayudante diplomado de la Cátedra de Anatomía Comparada de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Tomás Maiztegui, interrumpió sus tareas el pasado martes 13 de agosto al mediodía cuando recibió el aviso de que alguien había capturado un esturión a Punta Lara. “Estábamos muy emocionados por la aparición, acostumbrados a ver imágenes en un libro, verlo en carne y escama fue bastante movilizante”, le cuenta a un portal local de noticias desde la comodidad de su laboratorio, donde el ejemplar permanece a resguardo.
Maiztegui llegó a Punta Lara acompañado del técnico Roberto Jensen y juntos no tardaron en ubicar a Claudio. El pescador platense, había guardado al animal en una heladerita y los esperaba ansioso. El pez seguía vivo, por lo que los especialistas lo sedaron con benzocaína para evitarle el sufrimiento y finalmente lo fijaron en formol -un proceso que permite retrasar la descomposición de los tejidos para conservar al animal y poder estudiarlo en detalle luego-.
Los especialistas determinaron de inmediato que se trataba de una hembra sexualmente inmadura, un juvenil de poco menos de 70 centímetros de largo.
La foto de Claudio compartió con sus amigos pescadores y terminó siendo clave para seguir la pista de los esturiones en el Río de la Plata.
“Es un pez intermedio entre lo que sería un pez cartilaginoso, que es un tiburón; y un pez óseo, que sería un pez cotidiano como puede ser una boga o un sábalo; pero con caracteres primitivos”, detalla Tomás y ahonda: “Son todos del hemisferio norte de Europa. Esta especie en particular, el acipenser baerii, es originaria de Rusia”.
El esturión es un pez intermedio entre un cartilaginoso, como lo es un tiburón, y uno óseo, como es una boga.
Los esturiones son omnívoros y alcanzan tamaños de hasta 1,50 y 2 metros de largo, llegando a pesar unos 30 kilos en su madurez. Sin depredadores en la zona, la posibilidad de que su población crezca desmesuradamente, poniendo en riesgo a otras especies; no es poca y es por eso que los investigadores encienden todas las alarmas.
Según Maiztegui, si bien es un logro que hayan obtenido al menos un esturión, todavía es muy importante seguir colectando ejemplares. “Estaría bueno que cuando lo pesquen se comuniquen con nosotros”, advierte a un portal local de noticias y para hacerlo no hace falta más que llamar a los teléfonos (0221) 422-2775 o (0221) 422-2832.
Velardo capturó el esturión sin saber que una casa de pesca de Berisso ofrecía una recompensa para quien lograra hacerlo. Fue así que por iniciativa de Osvaldo Barreiro, dueño de la tienda Matungo Pesca ubicada en 122 entre 78 y 79, el abogado de La Plata se hizo acreedor de un merecido reconocimiento.
Barreiro es un histórico pescador de la zona. Organiza torneos, enseña la disciplina y es amigo del profesor de Biología Darío Colautti, a través de quien supo del interés de los investigadores en encontrar un ejemplar de esta especie y por quien puso en marcha una campaña para ayudarlos. “Lo hice porque ellos no tienen medios. La UNLP tendría que tener una embarcación para poder investigar”, le contó a un portal local de noticias tras el llamativo hallazgo.
El comerciante hizo correr su mensaje. No es habitual que aparezcan esturiones, pero hay un patrón que se repite en los relatos de quienes dicen haber pescado uno alguna vez. Así lo explica Osvaldo: “En Punta Lara, entre Las Carmelitas y el espigón de Boca Cerrada, hay una parte profunda en la que por más que el Río esté bajo, siempre habrá agua. Hay una escollera que está sumergida. Entre mediados de julio y diciembre la gente saca, no es tan común pero alguno aparece”. Con ese dato en mente, dio directivas claras: pidió que quienes lograran sacar un esturión no lo devolvieran al agua ni se lo comieran.
En la foto, de izquierda a derecha: Tomás Maiztegui, Osvaldo Barreiro, Claudio Velardo y Claudio Colautti.
Curiosamente, quien pescó el esturión nada sabía del premio, pero sus caminos se entrelazaron. Por amigos en común, Barreiro se enteró del logro de Velardo y lo contactó para cumplir con lo prometido: días después le entregó una caña para pesca variada de dos tramos, construida en fibra de vidrio y 2,5 metros de largo.
Ya en el local el pescador platense no solo recibió su equipo, sino que fue homenajeado con un diploma que le entregaron los biólogos de la UNLP. “A la Universidad la amo porque fue la que me permitió ser abogado. Nunca en mi vida me habría imaginado que podría ayudarla pescando un esturión”, reflexiona Claudio, emocionado. Para él, la pesca siempre fue parte de su vida y ha sido un cable ha tierra en los momentos más complejos: “Esto fue lo más lindo que me pasó en mucho tiempo, ya mandé a encuadrar el diploma”, cierra con alegría.