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La cuna humilde de René Favaloro, la personalidad más grande que dio la ciudad

El dirigente del Partido Obrero pasó por el MediaHub de 0221.com.ar y contó su propuesta para las PASO en las que enfrentará a Luana Simioni.

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El hijo de Juan Bautista Favaloro y Geni Raffaelli, nació el sábado 14 de julio de 1923 “a la una” en el domicilio conyugal. Así consta en el acta 813, que lleva la firma del jefe del Registro Civil de la Sección Tercera, Ernesto Cibeau. El documento indica que el bebé fue anotado el miércoles 18 con el nombre de René Gerónimo Favaloro. Fueron testigos los ciudadanos españoles Antonio García y Vicente Alsina. A los padres del recién nacido se les entregó la libreta de enrolamiento con el número 2311189, en la que figura la fecha antes citada, que también se usó en todos los documentos oficiales a lo largo de su vida. Sin embargo, en la familia siempre se dijo que el nacimiento había sido en realidad dos días antes, el jueves 12 de julio. Eso mismo se cuenta en la semblanza de René Favaloro escrita en julio de 2007 por su primo hermano Domingo Sergio. A su vez, una breve biografía publicada en la página web de la Fundación Favaloro no consigna explícitamente la fecha de su alumbramiento, pero sí la incluye en su currículum vitae, incorporado en otro apartado. Una versión que ha circulado en el relato filial por décadas indica que, habría sido por influencia del tío Luis Gerónimo, ligado al ideario del socialismo europeo, que se decidió cambiar la fecha en honor al aniversario de la Revolución Francesa, que el 14 de julio de 1789, día de la toma de la Bastilla, dio el golpe letal al absolutismo monárquico. 

La imagen de René Favaloro cuando era apenas un bebé

El 17 de julio, un día antes de ser inscripto ante el Estado, el niño fue bautizado por el cura Donato Pacella en la parroquia San José, en 6 y 64, a cinco cuadras de su casa. Según el registro que se conserva en el templo, los padrinos fueron Severo Scafatti y su tía María Rosalía Favaloro. René siempre se consideraría un “católico por nacimiento y tradición familiar”. 

La casa donde nació, en 68 entre 1 y 2, estaba situada apenas a una cuadra del Hospital Policlínico. Es común escuchar decir que Favaloro es oriundo de El Mondongo, una barriada populosa ubicada, en rigor, al otro lado de la avenida 1 en dirección al Río de la Plata. La verdad es que, aunque estaba muy cerca, la familia siempre vivió fuera de su perímetro, delimitado por las avenidas 1, 60, 122 y 72. Es razonable atribuir la confusión a que su crianza y buena parte de la vida social de René durante la niñez y adolescencia, e incluso en sus años de adultez, se desarrolló en ese mítico territorio tan próximo a su casa natal y, qué duda cabe, también a su corazón. Él mismo se consideraba “un mondonguero de ley”.

En los años de su conformación, El Mondongo alojó a familias de obreros y changarines en viviendas económicas con el formato conocido como “casa chorizo”, del tipo de las que habitaban todos los Favaloro. La zona creció, se desarrolló y recibió su nombre del impulso que tuvo la industria cárnica en la zona portuaria, a raíz de la radicación de dos frigoríficos. La primera planta de procesamiento vacuno en frío, La Plata Cold Storage Co., se había inaugurado en 1904; originalmente de capitales sudafricanos, en 1911 pasó a manos de la estadounidense Swift. Cuatro años más tarde abrió sus puertas el gigante Armour, también de capitales estadounidenses. La mayoría de los vecinos eran operarios de esos frigoríficos y, según una difundida leyenda urbana, recibían semanalmente un bolsón con vísceras como parte del salario. Así, el guisado de mondongo en las comidas de fin de semana se popularizó de tal modo que hasta empezó a venderse en puestos callejeros.

El hijo de Juan Favaloro y Geni Raffaelli nació el 14 de julio de 1923. Pero la familia siempre se dijo que en realidad fue dos días antes, el 12 de julio

René tenía apenas dos años cuando, el 6 de enero de 1926, recibió como regalo de Reyes el nacimiento de su hermano Juan José, a quien siempre lo unió un lazo indisoluble. En aquellos primeros tiempos, compartieron juegos, travesuras y descubrimientos. René era un chico curioso e inquieto que, por ser el primero de su generación, contaba con la preferencia de los abuelos, especialmente los padres de su mamá, que en aquel tiempo vivían al lado de su casa: él los visitaba trepando por una grada apoyada sobre la medianera. Pasaba varias horas del día con Cesárea, trabajando la tierra y escuchando historias de la familia que solían transcurrir al otro lado del océano. La mujer, que nunca había ido a la escuela y era analfabeta, le contagió un amor perdurable por la naturaleza y por el terruño. “Desde niño aprendí, ayudando a mi abuela materna, a entremezclarme con la tierra a pura pala, azada y rastrillo, cultivando con esmero toda clase de vegetales. Aún conservo las primeras emociones de ver transformarse semillas pequeñas en la inmensa variedad de frutos que toda la familia consumía durante el año”, evocó en el prólogo a la primera edición de su libro ¿Conoce usted a San Martín?

En cambio, el abuelo Gerónimo, que a fines del siglo XIX había emigrado desde la isla Salina en Sicilia, guardaba más distancia. Su actividad como feriante lo mantenía muchas horas del día afuera, en la calle. Era un gran amante de la lectura. Cada tanto, recitaba en voz alta algún poema de Virgilio, aunque su preferido era el florentino Dante Alighieri, y en su modesta biblioteca atesoraba un ejemplar en italiano de La divina comedia. Le apasionaba la política y, como casi todos los inmigrantes de esa época, simpatizaba con el ideario de la izquierda. Alguna vez también había comprado un violín que tocaba junto a su esposa, Rosa Lázzaro, pero, según testimonios familiares, lo guardó y nunca más volvió a tocarlo tras la muerte de su esposa, la abuela paterna de René, ocurrida poco tiempo después del nacimiento de este. Gerónimo se ocupó de transmitir a su nieto mayor los trucos para hacer injertos que sirvieran para reproducir y revitalizar las plantas frutales que poblaban una buena porción del jardín, más allá de la infaltable parra. “El saber conservar en cada una los tallos fructíferos nos permitía saborear, durante el verano, infinidad de gustos que aumentaban la exquisitez por su frescura”, escribió Favaloro sobre sus vivencias en la quinta.

Los padres del gran médico platense en su casamiento

Por lo pronto, el fin de la guerra en Europa había reactivado la economía argentina a partir de la exportación de productos agropecuarios y dio lugar a un proceso de desarrollo que se extendió por más de una década. En esos años, el país se convirtió en la undécima nación exportadora del mundo además de acumular pingües reservas de oro, y La Plata no era ajena a la bonanza general. En aquellos tiempos se incrementó el trabajo en la carpintería: Juan Bautista sentía que su emprendimiento se consolidaba. Consiguió una buena oportunidad y compró en cuotas una casa en 5 N° 1835, entre 69 y 70. En la parte trasera de la propiedad instaló su taller, al que dotó de nueva maquinaria, y hubo que sumar a familiares y vecinos como ayudantes y aprendices para poder hacer frente a la mayor demanda. Para esa época, cuando al padre de René le preguntaban su ocupación, solía presentarse como “industrial”. Había mandado a hacer un sello que decía: “Fábrica de Muebles y Carpintería Mecánica de Juan Bautista Favaloro. Especialista en instalaciones y muebles de estilo. Se hace cualquier trabajo perteneciente al ramo. Prontitud y Esmero”.

“Había parejas que iban a casarse y le pedían los muebles con un año de anticipación”, rememora el primo Domingo, y cuenta que los trabajos siempre se retrasaban de tan minuciosos que eran. Sin embargo, los compradores sabían esperar porque el resultado final era insuperable. Además, los precios de la carpintería Favaloro eran muy ventajosos; tanto que en su propio entorno le advertían que cobraba demasiado barato para la categoría que alcanzaban sus producciones y el tiempo que le demandaban. Lo cierto es que, de ese modo, fulminaba a sus competidores. 

“Desde mi niñez aprendí: que nada se consigue sin trabajo y esfuerzo, que el ser honesto era importante”, había estrito Favaloro en su libro Don Pedro y la educación

La de 1920 fue una década dorada para la ciudad. Durante la presidencia del radical Máximo Marcelo Torcuato de Alvear se fundó la Destilería La Plata de la petrolera estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), mientras que el trabajo en los frigoríficos seguía en aumento y, consecuentemente, absorbía mayor cantidad de mano de obra. En 1925, el emprendedor inmobiliario uruguayo Fernando Juan Santiago Francisco Piria de Grossi, fundador del balneario Piriápolis en su país, le vio tanto futuro a la zona que compró unas 5000 hectáreas sobre la costa del Río de la Plata con la idea de crear otro cerca de Buenos Aires. Ese mismo año, de visita en la capital bonaerense, el prestigioso físico alemán Albert Einstein elogió el impulso que la vida universitaria le daba al panorama sociocultural de La Plata, que se erigía así en el paradigma del tipo de sociedad moderna a la que aspiraba la clase dominante.

Pero Argentina siempre fue un país de altibajos y contrastes. La incipiente prosperidad alcanzada en esos años se vio amenazada con los primeros coletazos de la crisis internacional originada en el crack financiero que hizo volar por los aires la bolsa de Wall Street hacia finales de 1929. La llamada Gran Depresión generó alarma y desconfianza en el mundo capitalista a nivel planetario y en nuestro país tuvo un impacto devastador. Aquella turbulencia, sumada a la tensión creciente entre el gobierno y la clase trabajadora, había alimentado una grave conflictividad social que fue el caldo de cultivo para la reacción de sectores civiles conservadores de la oligarquía patricia. Su consecuencia fue el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, el primero de una larga serie, con que el general José Félix Benito Uriburu derrocó al presidente radical Hipólito Yrigoyen. El abandono masivo del patrón oro para las transacciones comerciales había derrumbado los precios de las mercaderías agropecuarias, al tiempo que se interrumpieron las inversiones extranjeras en el país. La principal consecuencia fue una abrupta contracción del mercado interno que afectó directamente la economía de comercios y pequeñas industrias como la que llevaba adelante la familia Favaloro. Juan Bautista decidió enfrentar la adversidad invirtiendo todos sus ahorros en la compra de insumos. Esto que muchos le cuestionaron inicialmente por considerarlo un desatino terminó revelándose como un acierto, ya que con el paso del tiempo lo convirtió en casi el único carpintero que contaba con materiales para seguir trabajando pese a la interrupción de las importaciones, que se extendió durante algunos años.

Favaloro: “Desde mi niñez aprendí que nada se consigue sin trabajo y esfuerzo”

La crisis, de todos modos, se hacía sentir. El trabajo escaseaba en la carpintería, donde casi no había pedidos de nuevos muebles y apenas si se hacían unas pocas reparaciones menores. En ese tiempo, el pequeño René vio cómo su mamá preparaba viandas de comida y las ofrecía a personas que pedían casa por casa algo de comer. Eran los “crotos”, los que se habían quedado sin trabajo. Muchos de los que mendigaban eran sus propios vecinos, amigos de la familia. Nunca pudo olvidar la impresión que le causó la crudeza de aquella escena.

En su libro Don Pedro y la educación, Favaloro recordaba las lecciones aprendidas en aquella época: “Desde mi niñez aprendí: que nada se consigue sin trabajo y esfuerzo, que el ser honesto era importante. Jamás observé la más mínima desviación… que el ser solidario era una obligación”.

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