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Karin Cohen: “A los 54 años estoy tratando de cuestionarme menos y vivir más libremente, también en el sexo”

Luego de un año (casi) sabático, volvió con todo a un canal de aire, 16 años después: conduce Todas las tardes, en El Nueve. Además, hace radio en Splendid. Trabajando en mostrarse tal cuál es, sin máscaras, revela cómo fue reencontrarse consigo misma. La autoexigencia desmedida. El recuerdo de un retiro al Uritorco. Y su resistencia a las redes sociales

Karin Cohen: “A los 54 años estoy tratando de cuestionarme menos y vivir más libremente

27 Sep, 2023
Por Mariana Dahbar
Plena y calma: así llega Karin Cohen a los estudios de Infobae luego de un extenso día laboral. A diferencia de años anteriores, es a agenda completa: radio por la mañana (El día menos pensado, de 9 a 12 por radio Splendid AM990) y televisión después (Todas las tardes, de 13.30 a 15 por El Nueve), en lo que vendría a ser su regreso a la pantalla chica, luego de haberse resguardado por mucho tiempo en señales de cable de noticias y en la TV Pública.
Karin conoció la exigencia desde niña, cuando su madre la impulsaba a estudiar danza para convertirse en bailarina. Lejos de ese deseo, estudió locución y comunicación, y desde muy jovencita fue la cara y la voz de las noticias. El éxito llegó rápido. Su noviazgo con Guillermo Andino sumó a esa gran exposición; la inesperada separación, la potenció. No fueron tiempos buenos en el amor, hasta que apareció Mauro Venagli, su actual marido, que la rescató de un profundo abismo emocional. Más adelante, llegó la maternidad: con Isabella y a Briana, hoy adolescentes, Cohen vivió su más auténtica revolución.
“El deber ser”, lo políticamente correcto empezó a molestar, a doler y fue ella misma que por decisión propia, supo escapar a tiempo de esa trampa mortal, la de las apariencias y la de la mirada ajena. En una charla íntima con Teleshow, cuenta cómo vivió todo el proceso de autoconocimiento y aceptación personal. El abandono de los prejuicios y la decisión de disfrutar a los 54 años el sexo con total libertad, y el consejo que se guarda para sus hijas. A pura vulnerabilidad y curada de tanta presión social, Karin comparte su presente, que hasta ella misma confiesa es mejor de lo que ella esperaba.
—¿En qué momento de su vida la encontramos hoy?
—Con este suspiro… Así. Creo que en un momento de plenitud. De haber llegado a un lugar y de descansar ahí. No de estar nerviosa o híper exigente, que eso fue lo que a mí me marcó en los últimos años y que la pasé realmente mal. Ahora no. Después de un año de descanso en todo sentido y de haber pasado por ciertas situaciones, estoy bien. Estoy tranquila y serena en mi laburo. En familia, con dos adolescentes maravillosas y lidiando con la vida, pero al mismo tiempo atravesándola. Y mejor de lo que yo pensaba.
—¿Con qué se autoexigía?
—En tener siempre la palabra justa. Caer bien. Agradar. Se transformó en una pesadilla. Siempre fui políticamente correcta porque me gusta la gente y me gusta sonreír a la gente, y me gusta lo que me devuelve, pero claro, es una consecuencia directa de lo que yo estudié. Desde muy chica me enfrenté a una cámara o a un micrófono. Con la adultez empezó a tornarse como algo que tenía que hacer bien sí o sí. Con la misma exigencia me tomé la maternidad. Y ahí empecé a desanudar: cuando arranqué con la maternidad. No podía más con la presión propia. Era yo que tenía que llegar, ser, alcanzar. Y claro, me hacía salir de mí misma. Y a veces me veo en esas épocas y pienso en cuánto padecía…
—¿Se acuerda de algún padecimiento en especial?
—Cuando fui madre empezó a surgir el volcán. La maternidad te muestra zonas que no querés ver y que yo corría, porque quería ser la que agradara, la nena buena que fui siempre en la primaria y en la secundaria, la que no se llevaba materias, la que siempre cumplía, la correcta, la que nunca se peleaba. Pero hay momentos en los que tenés que salir. Y ahí empezó. En un momento dado estaba yo en C5N y llega una mujer pidiendo justicia por su hija porque la habían matado una criatura, yo estaba puérpera, había tenido a Isabela, y me quedé helada. Le pedí a Paulo Kablan que haga él la nota porque yo no podía. Lloraba. Se me iba, se me desbordaba. Yo lo único que quería era escapar. Y en ese momento bueno, pasó un tiempito y renuncié a C5N. No podía con mi trabajo.
—¿Trabajar en el cable fue por elección propia o por la exigencia?
—La exigencia era menor. Y evidentemente, yo no me sentía lista para seguir en un canal de aire o con otro tipo de brillo. En los canales de cable en los que fui contratada eran más tranquilos, no había presión de rating. Era lo que podía en ese momento. Y yo estaba bien. Trabajaba como mamá, mucho. Y trabajaba como periodista, presentadora en los canales que me llamaban. Pero era algo que necesitaba: mostrarme como yo era. Y no lo logré en ninguno de los canales hasta este momento. En la radio sí soy más yo. En la tele, recién ahora, creo yo.
—¿Cómo fue el proceso de cambio? ¿Cómo cambió el chip al modo auténtica?
—Fue un trabajo muy grande que empezó con la maternidad y arranqué a estudiar por mí misma, hasta que pasados unos años apareció el coaching ontológico y empecé a trabajar mucho mucho conmigo misma: quién soy, qué es esta imagen que doy, qué es lo que quiero, por qué estoy insatisfecha si tengo todo lo que podría llegar a desear, y aun así qué es esta presión. Y sucedió algo el año pasado, una situación familiar de trauma profundo, que lo dejo ahí, porque involucra a otras personas, pero lo nombro porque me permitió unirme con mi familia, con mis hijas, con Mauro. Cuando uno pasa situaciones muy traumáticas o de límite se desdibuja lo conocido, lo habitual, todo empieza a tomar otro color y ahí fue que empecé con el trabajo bien profundo de ver las miserias. Porque es eso, es aceptar ese lado oscuro que uno tiene, no taparlo para ser la que quieren que sea. Cuando abrazás eso, ya es más sencillo enfrentarte a alguien que te muestra algo que no querés. O salir vos con tu vulnerabilidad. ¿Me equivoco? Me equivoco, me lo perdono.
—Ese cambio ¿lo habló con sus hijas, con su marido?
—No fue necesario. En mi trabajo desdoblaba. Incluso tal vez en la vida social, salvo con amigas muy íntimas. Entonces, por ahí iba a lugares donde no tenía ganas. Pero ahí me permití expresar mejor mi emoción y ser no tan agradable, tal vez.
—¿Cómo era la Karin insatisfecha?
—Y… era una Karin falsa, en definitiva, o a media verdad en cuanto a mi actitud al trabajo en sí. No era del todo yo. No me permitía y me dolía. La exigencia me llevaba a estar en un lugar que no me mostraba tal cual.
—¿Quizás tenía miedo de quedarse sin trabajo?
—Sí, es probable. Tiene que ver con el mandato de ser de una manera determinada. Yo era la chica noticiero desde los 90: de mi esperaban que siempre estuviese bien. Bueno, hoy no estoy bien, no quiero. Y no me lo permitía y el trabajo tampoco. El noticiero es el noticiero y vos tenés que estar. Punto. Tenés que ser la cara de la noticia y transmitirla. Pero era algo más que eso. Yo buscaba algo más. Y ahora puedo hacerlo y mostrarlo.
—Regresó a la televisión abierta. ¿Cómo la ve hoy? ¿Con qué se encontró?
—Con más loquero (risas). Pero al mismo tiempo yo me estoy tomando las cosas de una forma más liviana, o como me las tengo que tomar. Esto es mi vida real pero es una parte, y si hay alguien que no le gusta, está bien; no le puede gustar a todos. Por eso en redes me mantengo más tranca. No salgo con tanto, me da mucha pereza y me cuesta comunicarme a través de las redes. Pero cuando lo hago me gusta porque por ahí salgo sin maquillaje diciendo algo un poco más espiritual o de emociones, y la gente responde. Pero me tengo que sentar y responder a cada uno. Esta autoexigencia que tengo…
—¿Qué es lo que le cuesta de las redes? ¿Le molestan las críticas?
—No, la mecánica y cuál es el proceso de que te sigan muchos. El exponer vida personal.
—¿Hay mucho ego en las redes?
—Sí. Tiene que ver con eso. Tiene que ver con el ego y cómo el ego lo pongo en donde lo tengo que poner, que es en mi laburo con la cámara.
—Cuando ve en las redes a un montón de gente exponiéndose, mostrando el minuto a minuto de sus vidas, ¿qué piensa?
—No, ¡qué fiaca! Pero tienen diez mil millones de seguidores por ahí, gente que es conocida o no tanto, y lo saben capitalizar y ganan guita, es un laburo. No me sale. Por ahora.
—¿Cómo fue su infancia?
—Fue buena. Fue protegida, fue cuidada. Me acuerdo de mis amigos en el jardín de mi casa, en un edificio que quedaba en la calle Nazca, que tenía un jardín comunitario y tenía muchos amigos. De hecho, tengo al “Grupo Nazca”. Y jugaba mucho. Fui hija única hasta que nació mi hermano, nueve años y medio después.
—La salvó su hermano.
—Sí, ¿sabés que sí? (Risas). Me salvó mi hermano. Mi madre, muy madre pulpo, madre abarcadora. Estas maderas (del estudio) me hicieron acordar al salón principal de la Escuela del Teatro Colón. Mi mamá me llevaba a clase de baile, pero me enfermé y no pude seguir. Después, mi mamá insistió: me llevó a la Escuela Nacional de Danzas. Ahí hice baile el primero y segundo año de mi secundario. Pero no era mi norte.
—¿Cómo abandonó el sueño de su madre?
—Le dije que no quería ir más. En el Colón me enfermé y no podía decirle de otra manera a los ocho años que no iba: el cuerpito se enfermó. Y después de grande ya se lo pude decir. Aparte, era mucho sacrificio. La escuela por un lado, la Escuela Nacional de Danzas por otro. Así que sí, hubo ciertas presiones amorosas, porque ella lo hacía con todo el amor, pero presiones al fin.
—Cuando se levanta a la mañana, ¿qué es lo que quiere? ¿Cuál es su propósito?
—Me gustaría dormir mucho más, porque ahora estoy trabajando mucho, pero no me quejo, porque el año pasado tuve un espacio de no trabajar nada, o trabajar muy poquito. Pero si vos me preguntás sobre mi propósito, es tener más contacto con la naturaleza. Me encantaría poder viajar mucho. Eso se despertó después de un retiro en el Uritorco con un grupo con el que después hice coaching y ahí volví toda tatuada (risas). De hecho, me tatué acá la chakana.
—Cuénteme qué es un retiro, su experiencia.
—A ver, un retiro es salirte de tu rutina y encontrarte con vos. Porque en definitiva es eso: es quién soy, qué me pasa, qué quiero. Y eso en general uno lo logra cuando se retira. Porque es muy difícil hacerlo todos los días. Ese es mi propósito hoy: encontrarme en pleno quilombo de madre y radio y tele. Pero en ese momento fue un retiro. Y me fui a Córdoba, cuatro días, cinco. Y ahí tomamos un jugo muy interesante de un cactus, y fue realmente hermoso, todo muy cuidado y muy controlado, con personas que así lo hacían. Fue maravilloso. Fue un momento muy lindo de conexión con la naturaleza, porque todo era permeable.
—Amplíe. ¿Tomó ese juguito y qué pasó?
—Y… hermoso. Me quedé ahí mirando las nubes y sintiendo. Fue un placer.
—¿Qué aprendió de ese retiro?
—Conexión. No me despegué de estar pegada a la tierra. Cuando volví a Buenos Aires me costó mucho volver. Me di cuenta de que algo más que tiene que ver con el estar más conectada con la naturaleza y conmigo misma, porque si yo no estoy conectada la naturaleza es un lindo árbol y un lindo pasto, pero no me siento parte de ella.
—¿Cómo vive el amor?
—Lo he vivido un tiempo de mi vida, hasta hace muy poco, como con cierto enrosque de pensar por ahí mucho las cosas. Lo de Mauro, mi compañero, mi pareja, el papá de las nenas, es más sencillo: hay gente que no se cuestiona tanto las cosas. Yo me cuestiono. No sé si es de mina eso pero me cuestiono, evalúo, reevalúo. Estoy tratando de soltar un poco eso y conectar más. Así que hoy lo vivo más libremente. Mucho más libremente. El sexo también.
—Hablemos de sexo entonces.
—(Risas).
—¿A qué edad tuvo su primera relación sexual?
—A los 19. Me acuerdo de que Jorge Guinzburg me hizo esa pregunta.
—Dijo que ahora está más libre. ¿Cómo fue la evolución?
—Y… a ver, qué sé yo, la fantasía aparecía y quedaba como eso: una fantasía. Guarda que se desborde algo… Y un plomazo, porque después, con la adultez, me di cuenta de que podía con un buen compañero, con buenos compañeros que he tenido, explorar esas fantasías y hablarlas, y bueno, y dale, y este es mi cuerpo y venga.
—No dijo: “¿Y de esto es lo que tanto hablan los hombres?”.
—(Risas) Sí, sí. Bueno, el tener un orgasmo es toda una cuestión también. Yo me acuerdo de que fue también muy jovencita, me acuerdo exactamente el momento, no lo vamos a decir, pero dije: “Huy, ¿qué es esto? Nadie me dijo nada”. Y claro, porque uno encuentra ese tipo de satisfacción cuando se hace. Nadie te explica o nadie me explicó en ese momento. Y hay gente que todavía no lo sabe decir, ¡cuánto más nos hace falta naturalizar ciertas cosas! Hoy tuve una columnista en la radio que dijo: “Chicos, anoche tuve sexo”. Y lo dijo tan libremente. Y yo me quedé y dije: “Claro, bueno, ¿por qué no decirlo?”. Para vos ya forma parte de la súper intimidad; para otros, evidentemente no. Y ahora estoy más de ese lado: si tenés ganas decilo, buenísimo.
—Ahora, por ejemplo, con 54 años, casada, con dos hijas adolescentes, ¿con qué frecuencia tiene sexo?
—Bueno, un par de veces por semana. Tengo un tano en casa que sabe cómo presentar la situación como para que Karin se deje de pensar en noticias o en el súper, lo que hay que hacer o dejar de hacer, y se suelte ahí un poco.
—¿Con sus hijas habla de sexo?
—Estoy empezando.
—¿Cuántos años tienen?
—16 Isabela, y Briana, 13. Espero a que ellas me pregunten porque es algo que tiene que salir de ellas. Cuando sale ahí me agarro y empiezo: “¿Y ustedes qué piensan?¿Y qué hacen sus amigas?“. Pero sí, quiero que lo vivan, me gustaría que vivan su cuerpo más relajadamente, que una que estaba más: “Ay, la luz”, “Ay, no”, “Ay, ¿y si grito mucho?”, “¿Y si…?”. Demasiado. Muchos años.
—Le cambio de tema ahora. ¿Cómo se maneja con el tema de la imagen, con el tema de la televisión y sus luces? ¿Sigue habiendo presiones?
—Sigue estando. Como yo no hacía tele desde hacía un tiempo, lo último fue Diputados TV y muy tranqui, me veo claramente en el monitor y digo: “Me tengo que arreglar esto de acá”, y empiezo. Pero después me pregunto: “¿Tengo ganas de que esta cara no sea mi cara cuando yo, por las redes, estoy hablando de espiritualidad y de aceptarse?”. Pero después pienso: “A ver, ¿dónde está el límite? ¿Quién te dice qué?”. Si tengo ganas de ponerme algún bótox en algún momento lo haré si creo que me veo mejor. Pero como uno se ve tiene que ver con la imagen que tenés de vos. Yo tengo 54 y es lógico que tenga patas de gallo. Y es lógico que se me caiga un poco este rollo que estoy tratando de ocultármelo cada tanto.
—¿Y qué ve a su alrededor? Especialmente en las mujeres que están frente a una cámara.
—Y… veo que no quieren envejecer. Que les cuesta mucho aceptar esas arrugas o la panza. Algunas por ahí están agarradas todavía a la cuestión de imagen. Pero también tiene que ver el momento de la vida en el que estés.
—Como ciudadana ¿cómo ve al país hoy?
— Roto. El tejido social está roto. Y lo veo sano en ciertas ocasiones cuando la gente no da más y entiende que el de al lado tampoco da más, y se dicen: “Che, ¿en qué te puedo ayudar?”. Y ahí se vuelve a tejer. Pero el Estado está completamente ausente de ese tejido. No llega, no alcanza. Lo que hace no alcanza. Y por eso hoy por hoy hay decisiones que van para otro lado. Hay sectores donde no quieren que el Estado esté, que haga lo suyo. Y sí, hay mucha gente desahuciada por un Estado que no termina de estar.
—¿Y cómo ve el panorama en octubre con las elecciones?
—Lo veo bravo. Veo como que el espacio libertario está pisando fuerte en sectores donde tienen esa necesidad muy profunda y en otros donde están cansados de una cantinela. Y entonces hay gente que por ahí no se fija en lo que realmente están proponiendo, entendiendo que hay que hacer hasta cambios en la Constitución para hacer ciertos cambios que proponen y para eso se necesitan los 2/3 de las Cámaras. Nosotros tuvimos una en el 94, pero hay que cambiar muchas cosas para hacer lo que propone el espacio libertario. Tal vez lo haga, no lo sé, si es que llega. Hay gente que cree que eso es muy posible y que mágicamente va a cambiar. Porque entiendo: están tan desahuciados con lo que no funcionó que están pidiendo algo nuevo, aun cuando les digan cosas que ni siquiera entienden. Y van y confían.
—¿Usted está en el grupo de las personas que no saben a quién votar o ya tiene elegido su candidato?
—En general voto al centro.
—¿En algún momento le faltó plata para llegar a fin de mes?
—Sí, claro. Sí, me pasó. Tengo un nivel de vida bueno, muy bueno. Y para mantenerlo, no llegábamos. Yo durante todo el año pasado no trabajé, casi, y no tengo varias propiedades. Tengo un auto del 2014 y Mauro tiene su trabajo, bien, en sistemas, pero nos costó mucho el año pasado poder mantener el estilo de vida. Por supuesto, bajamos, como la mayoría de los argentinos de clase media, hasta media acomodada, bajó… Viajes, comodidades. Bueno, si uno no trabaja es un sueldo menos y el estilo de vida tiene que acomodarse, y así fue. Fue un cimbronazo, pero es lo que tenemos. Y parte del crecimiento este que te contaba anteriormente fue aceptar eso y ver cómo puedo vivir con menos, y qué tengo acá. Con Mauro lo afrontamos.
—¿Cómo la conquistó Mauro?
—Yo estaba dada vuelta en esa época. Estaba malísima. Estaba recién separada de un matrimonio y venía para atrás.
—¿Qué es estar mal separada de un matrimonio?
—Recién separada. Recién divorciada y venía muy mal. Muy mal porque fue un cimbronazo muy fuerte en mí. Muy doloroso.
—¿Qué es muy doloroso?
—Me pasó de todo. Hace 20 años de eso. En esa época sentí que sí me desdibujé. Y ahora me cierran las cosas. Claro, yo era una imagen que quería encajar en esa imagen y no me escuché. Y bueno, pasó, fue. Me separé y cuando estaba medio fleco apareció Mauro con su alegría y sus trajes (risas). Un tipo muy sencillo. Era el cuñado de Anabel Cherubito en ese momento, ella me lo presentó. Un gran sostén Mauro, mi columna.
—¿Es el amor de su vida?
—Sí, sí. Tuve amores, claro, y él tuvo sus amores también, pero creo que esos amores nos prepararon a cada uno a sentir este amor. Sí, es el amor de compañero. Me río mucho con él. Yo me enojo, hago trompa enseguida, me enchino. Y él me mira como diciendo: “Ay, ya está”. Me puede, me puede. Sabe cómo llevarme, es muy genial.
—En una entrevista leí que le gusta vivir el presente, que es el presente lo que vale.
—Sí. ¿Vos sabés cómo lo intento, Marian? Porque a veces se va al pasado, muchas veces al futuro.
—Al pasado, ¿adónde se va?
—Al pasado en cosas que hice, que no terminé de hacer. En viajes que hubiera querido. En conversaciones que no. Yo voy revisando. Y cuando me veo en ese momento… “acá, acá, acá”. Otro de los laburos que hice el año pasado fuerte en este rearmarme es estar acá. Ayer pasé en el auto y vi un cartel escrito en un pizarrón que dice: “Cuidá tu presente, es en lo único que vas a vivir el resto de tu vida”. Claro. Y sí, es el ahora. Hay un libro buenísimo que se llama El poder del ahora, que también me ha ayudado mucho en esto del laburo personal. Es el ahora, es ya. No hay otra cosa. El futuro, ¿qué sé yo? Está bien, vos planeás, pero pará: se te va la vida en planear. Acá, esto. La conversación que tenemos ahora.
—Está en Canal Nueve ahora. ¿Se cruza con su excuñada?
—Sí, Marisa (Andino) me da el aire con Esteban Mirol. Yo con Mari me he visto todos estos años. Tenemos amigas en común. Cuando nos encontramos es a los puros abrazos. Yo a sus hijos los conocí de muy chiquitos. El hijo mayor está brillando en la tele, Juani. Su esposo, un amor también.
—¿Qué aprendió de su relación con Guillermo Andino, que fue tan expuesta?
—No sé. Aprendí que era lo que tenía que vivir en ese momento. No lo haría, dejaría de ser. Qué sé yo, tenía 28 años y era mi compañero en ese momento. Era como todo muy normal. No es que se pensó, se fabricó. Sí se sufrió después, todo. Pero en verdad, nada de qué arrepentirse ni mucho menos. Aprendí que eso era lo que tenía que aprender.
—¿Lo ve a Guillermo hoy?
—Sí. Cero problema.
—¿Que le gustaría que la gente sepa de usted que no sabe?
—Que me tiene que ver en Canal Nueve, en Todas las tardes.
—¿Qué vamos a encontrar en el programa bajo su conducción?
—Son historias de vida, que es lo que hay detrás de la noticia. “¿Vos de qué trabajás? ¿Y qué hacés? ¿Y por qué llegaste hasta acá? ¿Qué pasó con esa violencia de género? ¿Qué pasó antes”. Todos tienen una historia. Todos tienen un mundo atrás. Y yo pretendo que en ese ratito que tenemos en cámara, mostrarlo. Porque es el mismo mundo que tiene el que nos está viendo. Y ahí dejamos de enjuiciar. Yo esta frase me la tatué, tiene que ver con eso: dice “The sea within” que es “el mar interior”. Al mundo emocional lo veo como un mar: tormentoso, calmo, la profundidad, el estar por arriba, el estar flotando. Todo es una gran alegoría de las cosas que sentimos. Y me la tatué para no olvidar que yo cada vez que lidio con alguien o que hablo con alguien o que tengo alguien enfrente, tiene su propio mundo, su propio mar interior. Me gustó mucho, es muy poética, después de tomar el juguito en el Uritorco (risas).
—Se ríe mucho cuando habla de ese juguito.
—Porque fue un momento buenísimo. Tocas fibras sensibles. Así que sí, el mar interior. Todos tienen un mar interior. Así que hay que aprender a ver.
—Se la ve espléndida Karin Cohen. La última pregunta, para finalizar. Le regalo una caja con todas las cosas que perdió en estos 54 años y por un instante puede abrirla y recuperar una sola cosa. ¿Qué sería?
—Ah, me hacés mirar para atrás, cosa que no quiero mucho, porque se supone que éste es el presente (risas). Pero algo concreto que perdí. Dejame pensar… Mirá, voy a contar esto. Yo perdí una vez un kimono que trajo mi papá de Japón. Él trabajaba como ingeniero, viajaba mucho en su época, y mi mamá me lo había dado para yo mostrarlo en el colegio y hablar de Japón en la clase. Mi mamá tiene todo un tema con el apego de las cosas. Y yo pierdo las cosas. Por eso esa pregunta última es notable que me la hagas porque yo he perdido muchas cosas por dispersa. Yo tendría 13 años, porque era primer año del colegio. Y lo perdí en la parada del colectivo, me lo dejé olvidado. Cuando llegué a mi casa fue una situación complicada (risas). Mi mamá me recordó el kimono por muchos años de mi vida. Pasó a ser como un símbolo. Con mi mejor amiga, con la que estaba en ese momento, comadre de mi hija, lo recordamos cada vez que ella me da algo y me dice: “No lo pierdas, no lo rompas, no lo tires”. Así que de esa caja yo recuperaría ese kimono porque me hizo, de alguna manera, ver esa otra parte que yo siempre quise ocultar o tapar: tiene que ver con la dispersión, tiene que ver con la distracción, tiene que ver con que me equivoco, pierdo las cosas y después, sufro. Porque se sufre cuando uno pierde cosas por falta de atención. Y se la regalaría a mi vieja y le diría: “Tomá, mamá, metete el kimono donde quieras, ya me enseñaste mucho” (risas). Ahí está.

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