25 Sep, 2023
Por Tatiana Schapiro
Pertenece a esa tropa de elite de actores que enaltecen a las ficciones nacionales. Julio Chávez puede desplegar su talento en cine, televisión o teatro. Y con su ópera prima en el rol de director, volvió a exponer la sensibilidad que lo caracteriza para emocionar a los espectadores. Cuando la miro refleja cuenta la relación entre un hijo y su mamá, y retrata las transformaciones de los vínculos con el paso del tiempo, la complicidad entre ambos y la proximidad de la muerte.
Su ópera prima está disponible en Amazon Prime Video. “Es una película de arte”, remarca el artista en diálogo con Teleshow, antes de celebrar la posibilidad que tiene el público de observar el largometraje en medio de los recambios constantes que se dan semanalmente en las carteleras de la pantalla grande. “La puesta está en la mirada”, señala, con orgullo. Un punto de partida para conocer los conceptos que tiene sobre una realidad que golpea a diario y define un estilo de vida amparado en la pasión.
—¿Te resulta fácil mirar al otro?
—Fácil no, pero tengo la posibilidad de hacerlo. Sobre todo porque tengo un espacio, que es el espacio de mi oficio. Para mí la contemplación es un ejercicio necesario, porque tiene que ver con mi oficio. Creo que si la humanidad contemplase a la humanidad, estaríamos en un problema enorme, porque muchas cosas que hacemos y en las que estamos metidos son un problema. Si vos contemplás lo que sucede en la calle como la desgracia de un otro, la bestialidad de un coche que arranca en un semáforo que todavía no está en verde o la bestialidad del precio de una cartera en relación a lo que es un salario y mirás simplemente como contemplación, es un problema muy grande. Creo que trabajaría una mecánica que llamamos “la vida”. Como si la vida fuese algo que es de una manera determinada y con la cual no se puede hacer nada. Por eso, las charlas generalmente terminan con “y bueno, ¿qué le vamos a hacer?”. En ese sentido, somos un poco esclavos y es un problema de la humanidad.
—Hablo mucho con gente que vive en situación de calle que está tratando de escolarizar a sus hijos y padece distintas situaciones. Son personas que están fuera del sistema y me plantean esto de que no los miran. Hay quienes lo hacen porque no les importa y otros porque les incomoda, y cuando uno plantea cómo ayudarlos, la respuesta muchas veces es mirarlos y escucharlos…
—Diría que la conciencia, como dice Shakespeare, es aquello que ponemos en la puerta de nuestra casa afuera para poder vivir adentro. Es la necesidad de encerrarte y no utilizar la conciencia o no dejar que la conciencia ponga en tela de juicio tu subsistencia. Y mirar hoy por hoy es un problema enorme, porque no es productivo. Hoy lo más importante es la productividad de las cosas: ¿adónde va a parar lo que hago? ¿Cuál es el sentido de contemplarte si no puedo hacer nada con eso? Y no poder hacer nada, significa producción. Produce o no produce la cosa. Entonces, te miro para algo. Si no es productivo, para qué te voy a estar mirando.
—¿Te mirás a vos mismo?
—Obvio. Por supuesto que sí.
—¿Y qué encontrás?
—Muchas veces lo mismo. Otra vez sopa. Y siempre una incógnita, un misterio, que siempre me importa tratar de develar y que siempre se me escapa, pero que siempre estoy ahí, porque quiero saber qué es esto de ser. Como creo que lo que más me importa en la vida es saber, entender y hacerme preguntas, una de las preguntas más grandes que hay es quién soy, qué soy y qué es ser esto de un humano. ¿Qué es la vida? ¿Qué es vivir? Si puedo cambiar un poquito, si me puedo correr, si puede haber alguna sorpresa o algún acontecimiento en mi personalidad que me sorprenda.
—¿Qué creés que pasa después de la muerte?
—No me lo puedo ni imaginar, porque desaparece el mundo para mí.
—¿Te angustia?
—No. Están esas personas que dicen: “Vos no sos el mundo”, porque hay mucha crítica acerca de “sentirse el mundo”. Pero yo sé que no soy el mundo, aunque cuando me muera, el mundo va a desaparecer. Mi mundo va a desaparecer. Y no me lo puedo imaginar. Como dice Borges: “Hasta el día de la fecha todos los hombres son mortales, pero mañana no se sabe”.
—¿Qué frivolidad te permitís?
—Debo estar lleno de frivolidades, pero me cuesta mucho enunciarlas como frivolidades. Soy muy cholulo, muy acomplejado. Y cuando sos muy acomplejado y empezás a bucear, te das cuenta que son muchas las frivolidades que te hacen sentir acomplejado. A veces me siento vulnerable con un pensamiento tan tonto que digo: “¿Qué me preocupó? ¿El tamaño del jean me preocupó? ¿Pero yo soy tarado?”. Soy un ser humano vulnerable, creyente de lo que me pasa. Entonces, a veces me confundo y digo: “Pero Julio, no es un problema de Pitágoras en el que estás…”. Entonces, puedo entrar tanto en un programa de televisión de los más frívolos como estar viendo Sacrificio, de Tarkovski.
—¿Qué quiere decir que sos cholulo? ¿Sos cholulo de vos mismo?
—No, soy muy cholulo del medio. No me siento parte de lo que llamamos “el medio”. Y tengo una sensación de cholulismo con el medio. Puedo pasar por antipático o por soberbio, pero tengo pudor frente a los colegas. Cuando me topo con alguien conocido, siento mucho pudor. Siento pudor frente a las cámaras y las luces. Me da vergüenza. Me siento parte del trabajo del actor, parte del problema de la escena, pero no me siento parte del medio porque tengo una especie de admiración, que tal vez es frívola. Cuando me topo con un colega, tengo la sensación de que me quedaría mirándolo o mirándola como una persona ajena del medio. Diría: “¡Mirá vos lo que tiene puesto, cómo habla o cómo come!”. No me siento colega en ese sentido. Cuando trabajo sí me siento colega, porque estoy en el espacio en el cual me siento legitimado. Pero no me siento legitimado en lo que se llama el ambiente. No porque no sea, sino porque no me siento.
—Arriba del escenario es tu lugar, sin dudas. ¿Pero sufrís el evento social con famosos?
—Esa cosa de que entre nosotros nos saludamos aunque no nos conozcamos como si fuese familiaridad lo hago, porque tampoco quiero ser un salame. Pero en verdad soy un salame, finalmente, porque lo que me pasa internamente es que saludo así, haciéndome el canchero, pero en un punto hay una parte mía que miraría hacia abajo.
—¿A quién le hubieras pedido una foto?
—A nadie. Tengo mucho amor propio y nunca le he pedido una foto a nadie. Así como me siento ajeno, también me siento deseoso de pertenecer. Y ser deseoso de pertenecer no es sacarme una foto, es pertenecer. Y sacarme una foto no sería pertenecer.
—Claro, que venga el otro y me pida la foto a mí…
—Eso, sin lugar a dudas (risas).
—Pese a esto que decías, que podrías parecer soberbio, y en realidad, te estaría pasando otra cosa.
—Sin lugar a dudas, porque también se mezcla eso con que hay una carrera, eventos artísticos, preocupaciones y experiencias en el trabajo que pueden construir una suerte de imagen de uno. El otro día, una colega tuya me dijo que estaba con un poco de miedo. Y yo digo: “¡Uff!, de nuevo la historia esta”. Y pienso: “Tranca, vos lo construiste también”. Es algo que tiene que ver con una mezcla que tengo entre admiración, respeto, pudor, ansia de conocimiento y seriedad en el oficio.
—¿Seguís noviando?
—Sí.
—¿Estás enamorado?
—Estoy muy bien. Estoy haciendo una linda experiencia de lo que llamamos “el amor”, que nunca se entiende muy bien qué es, y que forma parte de lo que uno tiene que vivir.
—¿Siguen cada quién en su casa?
—Sí, por supuesto.
—¿Nunca estuvo la fantasía de casarte?
—No. Nunca tuve la fantasía de casarme. Y tampoco tuve la fantasía de querer tener hijos. Por otro lado, cuando he hecho de papá, siempre digo que hubiera sido un buen papá. Tal vez lo digo porque no tengo hijos (risas). Pero tengo desarrollado algo que tiene que ver con la paternidad.
—¿Sos un hombre muy sexual, te importa mucho el sexo?
—(Risas) ¡Mirá la pregunta que me hacés! Yo no sé qué es ser muy sexual.
—¿Pero es importante en una relación?
—Te podría decir que sí, y te diría también que no sé qué es ser muy sexual. Desde mi experiencia, estoy seguro que es como la arcilla: una vez que hacés un florero, decís que hubieras podido hacer otra cosa. Hago lo que puedo. Andá a saber qué carajo es la sexualidad y cómo se puede llamar, porque la persona que nunca establece un vínculo sexual, también es muy sexual, seguramente hace algo con esa pulsión. Muchas personas que hacen el ejercicio que se llama sexual, tal vez un día descubren que nunca gozaron tanto.
—¿La relación de moldear en la arcilla se remite a que uno puede ir cambiando y sintiéndose distinto?
—Sí. Y después están las cuestiones estéticas, que tiene que ver con el vínculo que cada cual tiene con su cuerpo. Y las decisiones que cada uno tiene en relación a su cuerpo. Una vez, hace muchos años, tenía una amiga actriz que me dijo: “A los 55 años le dije a mi marido, Héctor, que iba a ser la última vez que me iba a ver desnuda”. Él le preguntó: “¿Pero por qué?”. Y le dijo: “Porque yo no soy quién para estropearte el recuerdo que tenés de mí”. Me pareció extraordinario, independientemente de si estás de acuerdo o no. No importa si es tu elección o no, fue la decisión que ella tomó, que es una decisión que tiene que ver con un límite estético. A veces estamos tan obligados por lo social y empezar a decir: “Bueno, pero sé libre, ¿cuál es el problema? ¿Por que hay que mostrarse como uno es?”. Yo me muestro como soy, si quiero; y si no quiero, no me muestro como soy. ¿Qué es esa obligatoriedad de las épocas de determinar cuestiones? Uno tiene una relación estética con uno y con el mundo, una relación que tiene que ver con esta escena me gusta o la que no me gusta. Y que los seres humanos puedan decidir cuál es la escena que le gusta y cuál no, independientemente de sus épocas. Porque las épocas también tienen sus límites, y son fascistas a veces. ¿Y si yo quiero cerrarme así? ¿Y si yo quiero besar con la boca cerrada? ¿Y si yo no quiero besar? ¿Y si lo único que quiero es besar? Bueno, haga su experiencia. Y es una experiencia estética también.
—Hablando de las épocas, hoy hablamos mucho de la política de cancelación. ¿Qué mirada tenés sobre eso?
—Las tribus siempre deciden cuáles son sus límites. Si vos armás una tribu, para mantenerse como tribu va a tener que determinar qué está bien, qué está mal, quién está adentro, quién está afuera, quién pertenece y quién tiene que exiliarse. Antes se exiliaba a la persona: que se vaya a la selva y que no vuelva más a la tribu. Había como un respeto religioso frente a las cuestiones. Había instituciones. Y hoy todos somos una institución y todos podemos en un segundo hacer desastres con un ser humano. Pertenezco a esta época, pero en otras épocas, que también he pertenecido, cuando vos hablabas mal de una persona, preparate porque te toca el timbre.
—¿Fuiste a buscar a alguien por algo que haya dicho alguna vez?
—Tengo dos situaciones y las he encarado. A una colega una vez le pregunté cómo tenía el atrevimiento de saludarme después de lo que había dicho de mí y se quedó paralizada. Le dije: “Si sos una enemiga, selo bien”. Y bien significa “no me hables”. No me vengas a caretear cuando sabés muy bien lo que dijiste de mí. Soy todavía del guante, que hace ¡pá!, y nos batimos a duelo. Hemos perdido la dignidad. Hemos perdido honor o creemos que lo hemos perdido, pero está ahí. Está esperando tener su escena también y que su escena tenga valor.
—¿Qué te respondió?
—No observé qué me respondía, porque vi que las personas que había alrededor bajaron la cabeza. Fue en una reunión social cuando me vio y me dijo: “¡Julio!”. Le dije: “¿Cómo te atrevés?”. Y todas las personas tenían una copita de champagne e hicieron (baja la cabeza con un gesto). Fue hace muchos años, lo hice en un momento en el cual sabía que había oídos y miradas para que esa escena tuviera lugar. Hoy no sé si existe la posibilidad de que un reclamo acerca de la dignidad tenga lugar. Estoy seguro de que la dignidad sigue siendo el elemento fundamental para muchos, para la humanidad.
—Estoy pensando con quién fue esa situación…
—No, imposible. Imposible. No te lo voy a decir, porque además es alguien que ya no está. Es alguien que está muerto. No por mi deseo, eh. No tengo tanto poder (risas).
—El escenario es tu lugar. Una vez dijiste que en el arte encontraste todo eso que buscabas. Hoy, más allá de que elegís actuar y seguir trabajando, ¿podrías dejar de hacerlo económicamente si quisieras?
—Económicamente, si quisiese, si me bancase una comida muy austera y reducir mucho algunas cuestiones que pueden no ser necesarias, sin lugar a dudas. Si hablamos de lo que necesito, no de lo que quiero, creo que podría; porque además no es que faltan 50 años, de manera que cada año que pasa digo: “Bueno…”. Es una situación que me hace pensar muchas veces en qué quiero hacer. Entiendo que muchos seres humanos están preocupados por cómo sobrevivir. Y sobrevivir no debería ser nuestra preocupación. Nuestra preocupación debería ser cómo queremos vivir. La humanidad está en un grave problema en relación a eso y no sé para dónde mierda va. Y hoy por hoy yo puedo sobrevivir. Soy uno de los seres humanos que tiene que pensar cómo quiere vivir.
—Hablo con muchos actores sobre la inestabilidad de la profesión…
—Siempre fue así.
—Me sorprendí con Jorge Martínez viviendo en la Casa del Teatro o con Pablo Alarcón haciendo teatro a la gorra. En el imaginario colectivo está instalado que un actor que trabajó tantos años, con tantos éxitos, tiene resuelta su vida económica, y no es tan así…
—Pero por supuesto que no. No está resuelto para toda la vida. Cuando a mi padre le dije que iba a ser actor, me preguntó de qué iba a vivir. No quiero ser careta en ese sentido, y a mí no me preocupan los poetas, porque soy un artista. Nunca me pregunté de qué comen los poetas, y estoy seguro de que los poetas deben pensar sobre los actores. Además, nosotros somos personas públicas. Pero si aparece Jorge Scobich, un poeta que no sé quién es, y dice: “Soy poeta y no tengo con qué comer”, ¿vos pensás que le van a hacer una nota? Filósofos ó filósofas, gente que se dedica al estudio, a la investigación, arqueólogos ó arqueólogas: estoy seguro de que también están en esas situaciones. Yo no sé si Jorge Martínez está en la Casa del Teatro o no; me da vergüenza a mí mismo. Si está en la Casa del Teatro, enaltezcamos a la Casa del Teatro, que es el lugar que nos puede cobijar con mucha dignidad. Hay muchos actores y actrices que nadie conoce que de golpe están diciendo que lo peor que puede pasar es que terminen en la Casa del Teatro. ¿Cómo voy a hablar mal de la Casa del Teatro?, cuando es un lugar que además Linda Peretz se ocupa mucho de ella.
—Trabaja muchísimo Linda.
—¿Cómo voy a decir “¡qué horror!”? ¿Qué horror qué? En todo caso voy a decir: “Dios mío, tengo que colaborar con la Casa del Teatro”. ¿Por qué? Y… porque la Casa del Teatro cobija a ciertos seres humanos y les da un espacio para vivir. ¿Cómo voy a estar diciendo “¡qué terrible que Jorge Martínez termine ahí!”, porque además me da vergüenza poner el nombre de él en mi boca porque no soy quién? ¿Qué terrible que termine ahí?. Es como desenaltecer un trabajo. Un espacio que para él es muy importante. El otro colega del que hablás: hay miles de personas que trabajan a la gorra. En todo caso, ¿sabés lo que diría? “¡Qué pelotas que tiene! ¡Que bien!”. Estoy seguro de que gana más de lo que podríamos llegar a ganar en un bolo para un programa o para que nos llamen de Netflix. Él dice que no necesita trabajar, sino que necesita vivir. Hace una diferencia entre la necesidad de ejercer el oficio y la necesidad de vivir. En un punto estaría diciendo: “Necesito vivir, y para vivir hago lo que sé hacer”. La pregunta es: “¿Cómo voy a desenaltecer su voluntad, su decisión de hacer, su autonomía de decidir quién es y todo lo que se puede llegar a armar, haciendo algo que hacen muchos, que es un teatro callejero?”. Si vamos a hablar de un sistema, hablemos del sistema para todos.
—En el imaginario colectivo muchas veces se instala que el actor es diferente, que le alcanza con meter tres éxitos…
—Siempre hubo un 3% de los actores que trabajan y un 97% que no. Hace muy pocos años, en el 1900, con los actores que se iban de gira por el país haciendo sainetes, decían: “Llegaron los actores, escondan las gallinas”. Laburábamos para que nos den de comer y nos hagan un asado. Hay que desmitificar eso, porque es real. Muchas veces se me acerca alguien con muchas condiciones y me dice: “Ay, quiero dejar mi trabajo y ver si puedo trabajar como actor o como actriz”. Y le digo: “No hables así de tu trabajo, ni hables así de ser actor o actriz”. ¿Por qué? Porque si no le vas a exigir al trabajo del actor o de la actriz que te satisfaga en una necesidad, va a ser difícil que te satisfaga constantemente, y te la vas a agarrar con el oficio. ¿Por qué no mantenés un poco eso que te dé la tranquilidad para poder desarrollar tu oficio? Es un dilema. Alguien me podría decir: “Ah, qué piola, vos porque trabajás desde que tenés 19 años en esto”. Lo comprendo. Y por eso no hay que banalizar ninguna situación, ni estigmatizar ningún espacio. Si vas a una plaza y te va bien, ¡bienvenida la plaza! Siempre va a haber una tía que te va a ver en la plaza y te va a decir: “¡Qué lástima!” o “¿Y no conseguís en televisión?”, porque es una cholula. Porque siempre señalamos el lugar donde no nos abren la puerta. Y de golpe, pasa algo que te dice: “Podés sobrevivir con esto”.
—¿Te gusta ir a votar?
—Me gusta. Así como usar la escarapela.
—El ejercicio patrio.
—Es una escena de ilusión. Y además es el único lugar donde voy a ejercer una pequeña voluntad, que no sé cuán fuerte puede ser. Porque fuera del día que vaya a votar, me siento un actor. Un extra. No tengo letra. No tengo nada que decir. Ese es el único día donde voy a tener un bocadillo y lo voy a ejercer.
—Una pequeña porción de poder de cambiar la historia.
—Mí mesa está servida. Y después observo, porque no es el momento en el cual voy a ser protagonista. Hay otras cuestiones de protagonismo que las observo, y que tienen que ver con aquellos seres que entran en la acción, que son los administradores de la política. No es buen momento para hacer teatro, porque los carteles que pongas de tu obra, inmediatamente van a ser tapados por carteles para que votes. Así que no pongan carteles, porque ahora te los tapan.
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