Eduardo Castro es de La Plata, tiene 76 años y lleva seis décadas remontando barriletes. Eligió como su “aeropuerto” a la rambla de 31 y 46, donde se instala todas las tardes. “A mi me emociona cuando pasa un avión, a veces le pasan muy cerca”, cuenta el hombre mientras maniobra el carretel, mira hacia arriba y calcula la altura: “Es tá a 250 metros, son dos catedrales y media”, sentencia.
En 1958, Eduardo tenía 10 años y un primo le mostró un juguete que nunca había visto. Entonces, se obsesionó. Le empezó a insistir todos los días a su padre bancario que le lleve hilos y diarios del trabajo a su casa. Aprendió a unir las partes con un engrudo hecho con harina y agua y sacó a la cancha a sus primeros planeadores.
Montar barriletes es su deporte, la actividad principal de su vida. Como quien va de pesca, organiza un ritual cada día que sale a la plaza. “Es mi cable a tierra”, dice y se nota. En sus inicios, se paraba en el techo de su casa y allí pasaba horas, solo, contemplando el cometa de nylon en el aire.
Dice que su barrilete llegó a volar a una altura de 1.500 metros. Que aviones y helicópteros le han cortado la tanza más de una vez. “Ellos lo ven. Una vuelta, una avioneta estuvo más de una hora dando vueltas alrededor del barrilete. Lo estaría filmando, no se”, recuerda.
Eduardo Castro es de La Plata y se instala todas las tardes en la circunvalación a la altura del Barrio La Loma.
Eduardo dice que ha construido muchos y como ya tiene un stock suficiente no necesita seguir fabricando más barriletes. A diferencia de los tradicionales, que están a la venta en los comercios de la ciudad (del estilo ala delta), los suyos “son del tipo bomba, son como octógonos”.
Tiene barriletes de hasta dos metros de diámetro y son desarmables. El cuerpo del planeador está hecho con un nylon como el de las bolsas de consorcio. “Tiene que ser finito”, aclara. Sus cometas tienen pliegues y los une con una cinta de embalar a cañas de bambú. “Los engarzo con tubitos de agua y lo abro como un paraguas”, explica.
Eduardo y una de sus creaciones
Eduardo utiliza un hilo especial, resistente, que se fabrica para la construcción de redes de pesca. Se llama hilo moscuzza y está hecho de poliéster. Ovilla bobinas de hasta mil metros cada vez que sale al parque y los embadurna con grasa de vaca, para que no se reseque. Cada 100 metros les pone un pañuelo negro para tener referencias de hacia donde va la piola.
“Es todo práctica, todo laburo. Necesitas destreza y paciencia. Los chicos por ahí los tiran y se escapan a jugar. Hay que tener concentración para vigilar que no se enganche, que no se pierda” dice Eduardo cuando explica el arte de remontar barriletes. Además hace falta algo de fuerza. El movimiento del barrilete genera tirones constantes y por el grosor de la cuerda puede lastimar la mano.
“Tiene que haber algo de viento. Este viento sur es bastante bueno” reflexiona mientras habla con un portal local de noticias mirando hacia el cielo. “Ahora, a las 17, el viento se está poniendo parejito, porque el aire caliente se va para arriba y lo mantiene más” explica.
Eduardo dice que no hay muchos barriletistas como él en La Plata. Algunos padres, con sus niños, se acercan y lo saludan, le dan charla. Antes, su actividad era compartida. Iba a montar barriletes con un amigo, también en la circunvalación del barrio La Loma, en 31 entre 41 y 43. Él le prestaba uno de sus cometas y se pasaban muchas horas durante la tarde. Hasta que su amigo enfermó hace poco y quedó solo.
“Hay pocos como nosotros” cuenta Eduardo con algo de resignación, pero se anima a hacer una invitación: “Es una actividad que recomiendo mucho para los chicos”.
