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El mito del Polaco Goyeneche en La Plata: ¿vino o no vino?

La presencia del Polaco en la ciudad es un mito muchos, dicen, que es real. ¿Pero realmente sucedió?

El tiempo se lleva todo, menos los mitos y acaso el mar, que nunca se deforma. Qué importa cómo fue, importa cómo es. Importa su presente de leyenda, su ahora de cosa construida, su activo de historias que van y vienen, que chocan como el mar contra las piedras. Nunca como por estos días es tan importante -al menos para la generación nostálgica- la recuperación de esos mitos populares, fundadores de un acervo cultural en el que se regodea el pasado para dar un paso confuso y contradictorio hacia lo que el argentino es. Hablar de lo que hablan mejor los otros no conviene, porque lo esencial ya está dicho.
La imposibilidad de un periodista de chequear un dato es también una señal de los años, un aviso de que el paso de los años -que son tiempo- deja sin testigos a esos hechos que fueron o que tal vez no fueron. En este caso, tal vez el periodista no buscó lo suficiente o tal vez no quiso buscar demasiado. Porque el mito es eso: una forma de no comprobar, una manera de no querer comprobar, de dejarlo así, porque así está bien. Es que la verdad no requerida y la crueldad tienen un rostro de facciones desagradablemente similares, son parientes cercanos que duelen en el alma.
El 29 de enero de de 1926, nació en el barrio porteño de Saavedra, el único hombre que caminó la noche a un ritmo parecido -y solo parecido- al ritmo de Carlos Gardel, inigualable producto de la argentinidad de una época infravalorada, despreciada, por aquellos que suponen que hace 100 años el pueblo elegía la riqueza por encima de la felicidad. Épocas en la que una olla y una sopa sobre un Primus llenaban la previa de una nocturnidad afilada al ritmo del 2 por cuatro. La historia argentina merece más que un recortado análisis de mercado; porque la memoria nacional tiene héroes y tumbas, cuya cultura empalma con el sol de cada mañana. Y también con la lluvia en los atardeceres. Y con las hojas que caen serenas y pacientes sobre la urbe encandilada por ese aparatito tan solitario, tan ausente de poesía.
El Polaco Goyeneche nació el 29 de enero de de 1926
Ese hombre fue Roberto Goyeneche. Y aquí el mito. Alguien dice que anduvo por La Plata y que hay un cantor de la ciudad que guarda un saco que El Polaco le regaló. En las tertulias de los cafés que abren y cierran -porque el esfuerzo por recuperar el espacio también es una forma de homenaje a la nostalgia- lo cuentan. Relatan que Goyeneche trajo su magia a La Plata, una noche difusa -al menos- al boliche “Mi refugio” de 8 y 43, convidado por el Maestro Omar Valente. Dicen que esa noche, de la que pocos dan cuenta cierta, allá por los 70, la garganta con arena vibró al ritmo de “Cantor de mi Barrio”, un tango de Juan José Riverol y Francisco Loiacono. Un tango que le recomendó el gordo Troilo y que Goyeneche solo usaba en ocasiones especiales, igual que el saco que le regaló a su amigo de La Plata, allá en la penumbra de Michelangelo –un boliche de otra geografía- cuando el frío lo merecía.
Los platenses de aquella noche -que acaso es un mito- se acercaron a la mesa del Polaco para conocerlo y a cambio se llevaron el apretón de manos y la mirada profunda y comprensiva de un tipo que entendió a la perfección que la cultura popular también es una rama de la exageración, del exitismo imprescindible.
¿Habrá estado Goyeneche aquella noche en La Plata o será un invento del tiempo, que todo lo deforma, menos al mar? Dicen que subió al escenario y dijo:
Yo soy el cantor de mi barrio
que vino hasta el centro buscando olvidar.
Con una guitarra templada
y unos tangos viejos que aprendí al pasar.
Mi nombre no tiene importancia,
cantor del barrio me suelen llamar
y nadie conoce mi pena,
perdonen muchachos, les voy a contar.
El Polaco se llevó los aplausos aquella noche. Dejó su estela en la ciudad. Y como él mismo dijo, “era millonario en amigos” y de aquí se llevó más.
El periodista que buscó saber de aquella noche, averiguó que Goyeneche es un apellido de origen vasco que refiere a una casa que se encuentra en una posición superior de otras. Si es que fuera cierto, cuando el crepúsculo inverso sembró el silencio, El Polaco se llevó a su casa un pedazo de La Plata y con él sembró una historia.
La diferencia entre un cantor y un cantante es imprecisa. Digamos que un cantor es un juglar que cuenta cosas y que el cantante no siempre cuenta cosas, al menos trascendentes. Digamos que imaginamos que Goyeneche estuvo en La Plata y que contamos eso, como una forma de celebrar el paso o la invenciçon de un mito de barrio y de tango, de noches lejanas que pintan, como dice el historiador Roberto Abrodos, “un poco lo que fuimos y un poco lo que somos”. Digamos que hoy somos cantores de un mito, creado por alguien cuyo nombre no tiene importancia.

Fuente: 0221

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