Con las bajas temperaturas instaladas en la ciudad, Leo Di Lorenzo abordó en su columna los diferentes métodos de calefacción que se usaron a lo largo del tiempo, desde el tradicional brasero y los baldes de chapa hasta las estufas eléctricas y el gas natural.
Arrancó con el clásico brasero, que todavía se usa, especialmente en zonas rurales. En ese contexto, recordó la inventiva de otra época: “En algún momento existieron los baldes de albañil de chapa. No como los de ahora que son de plástico, que sería imposible usar de braseros”, explicó. Esos baldes, con manija y todo, se transformaban en una especie de “ollita de bruja” para calentar el ambiente.
Con el tiempo, la necesidad de buscar leña empezó a quedar atrás, y apareció la vieja y querida estufa a kerosene. “Era una estufa que su combustible era un taquito de abajo de vidrio, lleno de ese kerosene color rojizo, hermoso”, recordó Leo. Más adelante llegaron las estufas eléctricas, las de cuarzo, que “venían con la resistencia y con el tubito a cuarzo, por eso se llaman así”. El cambio más importante fue la llegada del gas natural, gracias a las obras públicas, privadas y el esfuerzo de los vecinos.
“Ahí cambió la forma de calentarse porque era mucho más barato tener una estufa”, dijo Leo, y agregó con humor: “Transformábamos esas viejas y queridas pantallas que se ponían rojas, enganchadas a una garrafa”. La pantallita, para los que no la conocen, es un pedazo de chapa amarilla con una red de alambre que, cuando se prendía, hacía un “puff” y luego cambiaba de color. Pero, como casi todos los métodos de combustión, consumía oxígeno y calentaba rápido, pero el calor desaparecía en cuanto la apagabas.
Hoy hay muchas más opciones: aire acondicionado frío-calor, estufas de placa cerámica, ropa térmica y sábanas especiales. Pero lo viejo sigue funcionando, como la bolsa de agua caliente, que todavía se consigue en farmacias. “Me acordé de mi abuelo, que tenía un ladrillo de los de Córdoba, los grandotes, y lo ponía en el brasero. Cuando se calentaba, agarraba un trapo ya teñido del mismo color, lo envolvía y se lo llevaba a la pieza. Su bolsa de agua caliente era un ladrillo calentito”, contó Leo.
El invierno en La Plata también tiene su misterio. En la esquina de Diagonal 80 y 5, donde está el obelisco de la ciudad, sucede cada 21 de junio, día del solsticio de invierno, que la sombra del obelisco se alinea perfectamente con la diagonal. “Hay gente muy capacitada y muy contenta con este tema que va y hace un evento todos los 21 de junio”, relató Leo.
No está claro si es ciencia, arquitectura, creencia o esoterismo, pero lo cierto es que para muchos es un ritual anual que mezcla historia, misterio y frío, mientras la ciudad sigue buscando la manera de sobrevivir a sus inviernos sin perder la chispa.
