24 Ago, 2023
Por Ezequiel Ruiz
“Estamos contentos”, filtra Santiago Motorizado una y otra vez en el diálogo con Teleshow. Hace pocos días fue viral por versionar con el corazón a Cristian Castro, pero ahora habla en plural porque sus emociones están enfocadas en ser bajista, cantante y compositor de Él mató a un policía motorizado. Nacida en La Plata en 2003, es la banda que intentó sacar del letargo al under post Cromañón y, con más timidez que arrogancia, demostró que era posible hacer las cosas de otro modo, sin resignar independencia, justo cuando el rock de acá se había vuelto literal hasta la caricatura.
Alternativos, punkies, fantasiosos, cinéfilos, futboleros, desprolijos, melodistas. En su primera década de vida se configuraron como cuarteto sintético y espacial -completado por las guitarras de Niño Elefante y Pantrö Puto más la batería de Doctora Muerte- para editar un largo y tres epés que fueron faro del indie de la época. Las primeras conquistas, desde los antros platenses a conquistar la gran ciudad, vinieron de la mano de esos pequeños himnos que viajaban en mp3.
En los últimos diez años expandieron su universo hacia el pop, incorporaron de manera fija a un tecladista (Chatrán Chatrán) y, tal vez sin quererlo, le dieron forma a una especie de trilogía fractal que comenzó con La Dinastía Scorpio (2012), siguió con La Síntesis O’Konor (2017) y acaba de cerrarse con Súper Terror, su nuevo disco. En el medio, intercalaron el ep Violencia (2015) -que de alguna manera prefiguró el audio de Él mató que conocemos hoy-; los lados B y reversiones contenidos en La Otra Dimensión (2019); y la mitad de la banda sonora de la reedición de Okupas, titulada Unas Vacaciones Raras, que en 2022 se llevó el Grammy Latino al mejor álbum de rock.
Esta nueva obra linkea con el propio “universo Él mató” y hace zoom en el estado de ánimo de ellos mismos en cuanto emergentes y representantes de la generación a la que le vienen cantando. Esa que hoy anda entre los treinti, casi cuarenti, que creció bajo la esperanza de los años felices del kirchnerismo y con todo marchando más o menos bien. Y que hoy se desangra para pagar el alquiler mientras se aturde con esa masa uniforme de canciones que derrochan meritocracia, perreo y forreo. “No me digas que las cosas van a andar bieeeen”, pide ahora Santiago, casi a los gritos, resignado. Es tiempo de un segundo plan.
Si bien está todo roto y es un bajón, la banda parece haber encontrado refugio en su propio rescate emotivo de la música de los años 80 y la esencia de Él mató se fue de viaje a San Junípero con el dial yendo y viniendo de la Aspen al Disco Retro de La 100. Del “ojo de tigre” de Rocky al Michael Jackson de “The Way You Make Me Feel”, pasando por Tears For Fears, The Cure, Jesus & Mary Chain, Blondie. Una pequeña luz de neón al final del túnel, que a contramano de lo que se puede suponer en la lógica de una banda de rock, comenzó a forjarse por una obsesión del baterista.
“Willy estaba muy copado con eso y las baterías son todas reales, aunque están armadas de una manera que parecen programadas. Nos gustaba esa mezcla y a partir de ahí empezamos a construir. Toda la atmósfera se genera a partir de lo rítmico”, explica Santiago. “Las maquetas, a priori, no tenían ese espíritu ochentoso oscuro, pero las melodías se fueron yendo para ese lugar. Y empecé a escribir también a partir de eso. Esto es una recorrida a la música de nuestra infancia, que ocurrió en los ochenta. Y es una mezcla entre lo que escuchábamos en la radio cuando éramos chicos y lo que descubrimos después en nuestra adolescencia, con bandas alternativas que iban un poco a contramano de eso”, detalla sobre el concepto sonoro del álbum, grabado en tres sesiones entre 2022 y 2023 en los estudios estadounidenses Sonic Ranch.
“En la previa no teníamos muy claro para dónde íbamos a ir, no habíamos hecho un trabajo previo intenso como fue con La Síntesis O’Konor. Pero también la idea era que, en esa anarquía, dejar que la situación nos lleve para donde sea. Teníamos las canciones en un estado muy, muy básico. Y cuando uno va sin plan al estudio, pasan cosas en el medio del vértigo final, se te abren cosas en la cabeza y aparecen ideas. Está bueno hacer ese ejercicio; por ahí para una banda independiente como la nuestra es un poco arriesgado ir a Estados Unidos a probar eso. Pero pasaban los días y veía que se iba dando todo de manera un poco mágica, fluida”, dice.
Al margen de los compromisos con Él mató, los últimos años de Santiago Motorizado -que tiene 43 años y nació con el apellido Barrionuevo- fueron de cambios: consolidó su camino como solista, se mudó de La Plata a Villa Crespo, se separó de la novia de toda su vida, cambió algunos hábitos alimenticios y se hizo amigo de alguno de sus ídolos, como Vicentico y Andrés Calamaro (“Me divierten todas las personas que estén libres de lugares comunes, que se vayan para cualquier lado, incluso para los lugares oscuros. Y ellos son muy graciosos y apasionados”). Algo de todo eso se filtra en las nuevas letras, aunque prefiere no puntualizar demasiado.
“Estoy de acuerdo con que las últimas letras mías tuvieron más que ver con eso del mundo privado. Antes buscaba una mezcla entre algo épico, en un plano medio fantasioso pero llevado a lo terrenal, junto con lo cotidiano. Y después fui ya directamente a lo cotidiano”, dice. Y si bien admite que la cuestión pandemia es “un cliché que estamos obligados a abordar porque nos pasó a todos”, sus cambios se están haciendo escuchar.
“Este fue un momento de cambio en mi vida, muy profundo y las letras hablan mucho de eso. Hablo de las relaciones y también trato de hablar de cómo hoy en día, a pesar de ese momento que nos atravesó a todos tan profundamente y nos hizo reflexionar o profundizar en cosas que las teníamos un poco descuidadas, así y todo vivimos en un mundo que sigue siendo muy superficial. Seguimos jugando a nuestras relaciones superficiales, virtuales, descartables… Y es raro. Hay una mezcla entre lo divertido de un videojuego y lo de no querer hacernos cargo. De que las cosas pueden ser más profundas. Con sus riesgos, obviamente, pero ese riesgo le da la gracia a este sin sentido de la existencia”, amplía.
—Muchas cosas habrán cambiado, pero hay algo inalterable en el “universo Él mató” y es el fuego como elemento final, una vez más.
—Nos gusta repetir ciertos patrones. Está inspirado en Star Wars, que tiene los suyos: las letras que se van en perspectiva, que en todas las películas alguien dice “tengo un mal presentimiento con esto”. Esas pequeñas cositas de las sagas del cine me entusiasman y tratamos de replicar eso. No tiene mucho más sentido. Pero sí entendemos al fuego como el final de las cosas y también cómo el principio de otras. En nuestro caso, el final de todos los discos y el principio del siguiente. Pero nunca se sabe que hay en el futuro, no se puede conjeturar mucho.
—¿Qué es el Súper Terror?
—La idea nació queriendo describir algo que está presentado en la portada, que es medio perturbadora, que tiene una idea retrofuturista con una estética de videojuego de esos primeros 2000, donde se quería emular la realidad, pero todavía no se llegaba a esa perfección a la que se está llegando ahora con la inteligencia artificial. Y la idea de “súper” y “terror” como palabras separadas: “súper” como algo luminoso, “terror” como algo oscuro, que de algún modo está presente conceptualmente en la estética de las canciones. Que tienen algo para arriba musicalmente, acompañada de oscuridad. Cuando grabé La Síntesis O’Konor recuerdo que sentía que el disco era muy melancólico y me había dicho a mi mismo que tenía que escribir cosas más para arriba en el próximo. Pero no sucedió. Super Terror también está cruzado por la melancolía también, pero esta vez con un poco de bronca. Y cuando estaba escribiendo, pensaba: “¿Por qué voy a escribir cosas para arriba si eso ya está en todas partes?”. Una especie de fiesta a la que nadie está invitado, de buena onda un poco superficial, impuesto. Y el disco habla de eso, va al choque contra esa realidad impuesta que nos tapa un mundo que cada día es un poco más terrorífico, más desigual, más oscuro.
—En cuanto a esta superficialidad que decís, ¿cómo conviven con los actuales mecanismos de difusión?
—En esa lógica, como en cualquier lógica de mecanismo de difusión que tiene una banda, siempre hay un espacio para lo creativo. Depende de cuan despierto, cuan inspirado estés en el momento. Pero sí veo que hay una lógica que responde a ese nuevo factor que es el algoritmo, que tiene sus leyes. Entonces, me da un poco de cosa. Yo no juzgo a nadie, todos quieren que escuchen sus canciones, tienen que vender entradas. Pero hay veces que es tan obvia la esclavitud frente al algoritmo que me da un poco de vergüenza. Qué va ser… El mundo es difícil para todos. En poco tiempo las cosas se vuelven cotidianas y uno se resigna, como todo en la vida. Pero cada tanto, en conversaciones nocturnas, uno recuerda lo horrible que es el mundo (risas). El mundo de las redes sociales es cada vez más cuadrado, estructurado y con esa lógica. Es un poco un horror y, a la vez, el horror está en un aparatito así que podemos dejar a un costado. Es rara la situación.
—Hablando del algoritmo, hace unos días mostró en millones de pantallas tu versión de “No podrás”, de Cristian Castro.
—(se ríe) No pensé que iba a tener tanta repercusión. Si hubiese sabido todo esto, no sé si iba a cantar. Y no sé si hubiese hecho tanta morisqueta. Era un clima muy entre amigos ahí en la casa de Mex Urtizberea. Entonces dije: “Bueno, ya estoy acá, ya está, hago estas tonterías y dejo todo”. Porque es una canción que hay que dejar todo sí o sí. Es muy alta para mi registro, solo Cristian puede cantar ahí con soltura. Pero la pasé muy bien cantándola. Fue muy lindo todo lo que pasó, porque fue muy cariñoso, mucha gente se puso contenta y a mi me pone contento de que eso suceda, aunque me dé un poco de cosa.
—Además se notó que no es que la ensayaste para la ocasión, sino que es de esas que las tenés listas para cantar en cualquier karaoke.
—Sí, es un tema que tiene una re potencia. Mex me dijo: “Vamos a hacerla al tono original”. La cante un poquito al teléfono, la estrofa y el estribillo y dije: “No, llego, llego”. Claro, después el estribillo sube un poco más y ahí se me nota en el vídeo, que estoy sufriendo un poquito. Pero salió, salió.
—Cuando salió esa canción (1992), vos tenías 11, 12 años. ¿Ya eras el punkie que escuchaba Attaque 77?
—Casi. Yo arranqué a escuchar a Attaque porque me volví loco cuando salió a “Hacelo por mí”, que después de todo era un hit televisivo, era la cortina de un programa muy exitoso. Me acuerdo cuando salió el tema de Cristian y era espectacular. Es pop, es hitera, radial, pero tiene unos arreglos de guitarras muy oscuros. El video es medio kitsch, él arranca con una camisa rarísima y todo se vuelve un delirio espectacular. Yo todavía no estaba inmerso en mi personaje punk, pero me acuerdo de todo lo que sentía con esa canción. Porque era muy joven para tener sentimientos (risas). Había dos canciones que me interpelaban mucho, siendo muy joven. Ya empezaba a sufrir de chiquito con “No Podrás” y también con “Loco (Tu forma de ser”, de los Auténticos Decadentes. No entendía por qué, pero me interpelaba esa melancolía. Y una melancolía medio festiva. Después, de más grande, las entendí mejor. Ya atravesé todos esos sentimientos.
—Algo que caracterizó los comienzos de Él mató es que no necesitaron polarizar con una generación anterior para ganarse un espacio, una actitud que siempre estuvo y hace poco volvió a pasar con los Winona Riders. ¿Te hacés cargo de lo que dijeron?
—No sé bien qué dijeron. Algo del under…
—”Acá todo estaba dormido, entre 2010 y 2019 el under no existía”.
—Nah, está todo bien y tampoco me importa entrar en esa. Que digan lo que quieran, son jóvenes, es el momento para decir lo que quieran. Está todo bien y no me siento tocado.
—¿Y por qué sentís que ustedes decidieron no renegar de lo anterior, al menos en público?
—En un momento renegamos un poquito, hacíamos como los Winona Riders (risas). Nah, por ahí no decíamos mucho, pero renegábamos del mainstream de ese momento: Bersuit, Los Piojos… eso nos copaba mucho. Pero no lo veíamos como el enemigo. Era tan ajeno a lo nuestro que ni siquiera daba para decir algo. Además siento que para boquear tiene que haber como una especie de rivalidad. Nos gustaba reivindicar a los artistas que nos motivaron a hacer música: Rosario Bléfari, Francisco Bochatón, los Peligrosos Gorriones, Embajada Boliviana… En esa reivindicación quizás estamos diciendo: “También está esta música que no está en la radio y nadie habla de ella. Es con la que crecimos y es a nuestro parecer la más potente, la que está diciendo otra cosa, la que está generando algo diferente”. Eso lo teníamos claro. Pero está todo bien, somos todos trabajadores de la música.
—En septiembre van a tocar en el Luna Park, un lugar al que podrían haber llegado antes si no fuera por su nombre (a los dueños del estadio, la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco y Cáritas, no les gusta). ¿Te lo cuestionaste alguna vez?
—No, me encanta el nombre. Cada día me gusta más. ¿Sabes qué pienso con eso? En la década anterior tenía más gracia. Había como algo estético, entre lo irónico y lo que se quería decir con esa frase que elegimos, que generaba un impacto diferente, bien recibido. Y ahora no tanto, me parece. Hay algo que tiene que ver con la ironía, que va acompañada de un gesto. Yo te hago un comentario irónico, te hago una sonrisita y te lo explico un poco. Pero estamos tan en el plano de lo virtual que la ironía se complica. Está esa cosa del signo de pregunta entre dos paréntesis, que lo odio, porque es para explicar el chiste. Y no hay que explicar los chistes. A veces siento que se vuelve un poco literal el mundo, lo cual es malo. Y si el nombre se toma literal, pierde la gracia. O toma otra, pero pierde su esencia original.
—En el medio, pasaron 20 años.
—Es loco eso también. Porque en ese principio, cuando nos bautizamos en la pieza de Willy, en su casa de Barrio Jardín, dudamos. Dijimos: “Che, Él mató a un policía motorizado, es un delirio, cualquiera. Pero dale, está buenísimo, sí… Dale, dale, vamos”. De ahí, a tocar dos veces seguidas en el Luna Park, me parece muy raro. Parte de ese miedo o esa duda, tenía que ver con decir: “Esto no lo va a entender nadie, va a chocar, va a ser raro”. Tenía ese vértigo de algo que querés que suceda, querés que choque, querés que moleste un poco. Pero hasta cuánto, digamos. Pasó mucho tiempo y esa aventura loca que comenzó ahí, fue bastante divertida… Sigue siendo bastante divertida.
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